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Carne de Psiquiatra -Trastorno Bipolar

El manicomio en el cine

El manicomio en el cine Lúgubres pasillos y corredores inhóspitos, entre jaulas y rejas de las que salen manos agitadas y suplicantes, poblados de inexpresivos enfermos con llamativas estereotipias y estupor catatónico, mezclados con sujetos coléricos y agresivos que permanecen aherrojados mediante cepos y grilletes, mientras se escuchan gritos estremecedores que surgen desde lo más profundo de sus almas perdidas. Un ambiente terrorífico, apenas contenido con temple firme -a veces sádico y cruel- por toscos celadores de apariencia siniestra y rudos modales, látigo en mano. Ésta es la visión tradicional del universo asilar que el cine suele transmitir desde el reclamo inapelable de la pantalla: un infierno marginal donde se recluyen enfermos mentales incurables y sujetos peligrosos cuya imagen es deformada en extremo, con el fin de generar una inquietante expectación entre la audiencia.

El combate desigual entre la razón y la sinrazón vive en la claustrofóbica morada del manicomio su lucha más agónica, allí donde habita la locura entre tinieblas, doblegada por el poder de la ciencia médica. Éste es el fundamento último de la institución total encargada de mantener la cordura del orden social, mediante el control de las conductas desviadas de las normas del sistema. Pero sean cuales sean sus protagonistas y su momento histórico, los prejuicios hostiles y las actitudes de rechazo tienden a reproducirse en cualquier época; como en nuestros días, en los que el impacto negativo de la cultura audiovisual tiene resonancia inmediata entre los millones de pacientes psíquicos que, por todo el mundo, hoy reciben atención terapéutica. Y tampoco escapan a ello los psiquiatras encargados de su asistencia., que representan una figura fuertemente normativa de la que el cine a menudo se vale como referente cívico, cuando no como garante de una moral represora o, más recientemente, como exótico prototipo de las desviaciones más perversas. Así, el cine de manicomios termina por constituir un auténtico subgénero marginal, heredero del drama carcelario, pero con categoría propia de universo maldito que, si bien fue creado para encerrar la locura y preservar de sus peligros a la comunidad, añade la dimensión morbosa del desvarío y termina por dar cabida a la fantasía psychokiller más delirante. Sobre estos tópicos giran las escenas más llamativas, que suelen recrear locales insanos y tenebrosos, donde no desentona la apariencia lastimera o peligrosa de los locos, junto a la imagen denigrante de las bajezas de su condición humana. Al mismo tiempo, sus cuidadores y los médicos, como responsables de la ciencia psiquiátrica, tampoco salen bien parados, al ocupar el lugar represivo y cruel de quienes asumen una función de custodia carcelaria antes que una tarea asistencial y terapéutica.

Esa es la visión que anticipa el primer film ocupado del asunto, El gabinete del Dr. Caligari (Das cabinet des Dr. Caligari, Robert Wiene 1919), donde asistimos a una representación pionera del fenómeno descrito, que prefigura decisivamente ulteriores acercamientos al mismo tema. En pleno apogeo del psicoanálisis de Freud, los decorados laberínticos del hospital y sus personajes estilizados en clave expresionista, la atmósfera alucinatoria y la enrevesada trama parecen surgir directamente de las pesadillas más remotas de la mente del interno protagonista, quien no duda en señalar al médico director como causante de los crímenes que aterrorizan a la comunidad, valiéndose de sus poderes hipnóticos sobre la psique de un sonámbulo. Desde entonces, el loco, el manicomio y la peligrosidad son difícilmente separables de aquel escenario delirante y de la imagen esquizotípica del alienista instigador, sospechoso para el público de estar mucho peor que los enfermos a su cargo. Un estereotipo deformante que años más tarde serviría para una durísima parábola sobre la delación en tiempos de la Francia ocupada por los nazis, bajo el gobierno de Vichy, mediante la figura de un enigmático cuervo calumniador que llega a crispar a toda la población. Hasta que se descubre que el autor de los numerosos anónimos injuriantes, que van rubricados con el siniestro dibujo negro del pájaro de mal agüero y están sembrando la locura colectiva, no es otro que el director del sanatorio mental, supuestamente encargado de preservar el orden de la comunidad: El cuervo (Le Corbeau, Henry G. Clouzot 1943).

En la misma línea del gestor asistencial insano y perverso que maneja la institución a su antojo y utiliza a los internos en su provecho, sosteniéndose en lo peor de las concepciones más retrógradas y despectivas sobre los locos, aparece Bedlam (Bedlam, Mark Robson 1946), un film cuyo interés es más histórico que cinematográfico al estar ambientada en uno de los primeros asilos mentales conocidos en Europa. Se trata de una puesta en escena del debate primordial sobre la condición moral de la locura y la supuesta degeneración innata que podrían padecer los alienados -"auténticas fieras salvajes", para el boticario jefe-, por contraposición a las esperanzas de recuperación que cabría esperar de un trato digno y humano defendido por los filántropos del non restraint. En medio de una sórdida atmósfera de terror y violencia manicomial inspirada en los célebres grabados costumbristas con que Hogarth plasmó aquella realidad, la película transmite esta discusión tradicional a partir de las posiciones enfrentadas de sus protagonistas. Entre ellos destaca un principiante Boris Karloff, cuya peculiar fisonomía proclive a la especialización en papeles perversos nos permite adivinar qué clase de prejuicios se pretendían reforzar al elegir un actor de sus características. El mismo escenario que muchos años más tarde Coppola seguiría reproduciendo con los tópicos habituales en su colorista versión del mito de Drácula, a cuyo visionario servidor hace permanecer encerrado en un asilo de lunáticos. Indumentaria de diseño futurista para la autodefensa de los celadores, que se emplean a fondo en sus medidas de contención de los internos, mientras reconocemos a un perturbado Tom Waits sujeto con una sofisticada camisa de fuerza, que mantiene un soliloquio indescifrable dentro de su celda acolchada: Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker's Dracula, Francis Ford Coppola 1992).

No hacía falta retroceder hasta la Edad Media para conocer el horror de la rutina asilar. Dos años después de Bedlam, la cámara penetraba de nuevo en el manicomio para reproducir la imagen ancestral de la locura que, sin embargo podía encontrarse en las afueras de cualquier población occidental, en establecimientos públicos dirigidos bajo responsabilidad del estamento médico. Basada en una novela autobiográfica, Nido de víboras (The Snake Pit, Anatole Litvak 1948) supuso una cruda denuncia del sufrimiento psíquico y la violencia institucional que pervivía en el interior de los sanatorios mentales, aunque en este caso la protagonista tuvo la oportunidad de recuperarse plenamente gracias a una adecuada asistencia, hasta hacer público su emotivo testimonio con notable éxito. También la actriz encargada de recrear su experiencia, Olivia de Havilland, fue premiada con un Oscar por su meritorio trabajo al poner rostro humano a la locura y popularizar una visión más positiva de este universo maldito y enajenado. El mismo horror que habrían de reflejar películas como la francesa La cabeza contra la pared (La tête contre les murs, Georges Franju 1958) y la célebre Corredor sin retorno (Shock Corridor, Samuel Fuller 1963), ambas con imágenes inolvidables. Se trata de filmes de denuncia de este submundo marginal y desconocido, que suele provocar el miedo y el rechazo, cuando no la compasión lastimera de quienes arrastran un suplicio de por vida, proporcional a las maldiciones contenidas en los terribles designios conocidos desde los tiempos más antiguos. Al final del film se lee una cita de Eurípides cargada de crueldad premonitoria, que resume todos los prejuicios: "A quien los dioses quieren castigar, primero lo vuelven loco".

Por eso es tan frecuente que los protagonistas de películas ambientadas en el manicomio acaben mal sus experiencias transgresoras, como si fuera el precio obligado a pagar por la osadía de haber profanado el santuario reservado a los desvaríos, donde no son bien recibidos intrusos ni suplantadores. Así ocurre al excéntrico poeta encarnado por Sean Connery en Un loco maravilloso(A fine madness, Irving Kershner 1966), que representa el arquetipo de individuo adorable, genial e incomprendido, cuya conducta y relaciones exceden con mucho los límites de la sociedad conservadora que no duda en someterle a los duros métodos de contención de la maquinaria manicomial; hasta llegar a la lobotomía, que señala el expeditivo final de sus excesos. También la escritora neozelandesa Janet Frame hubo de sufrir la crudeza del aparato institucional durante su prolongado e injusto internamiento, mediante el empleo abusivo de sismoterapia electroconvulsiva y librándose in extremis de ser sometida a una lobotomía frontal gracias a su providencial reconocimiento literario. Su caso es representado como un clamoroso ejemplo de falta de rigor científico y malapráxis médica, según se desprende del film Un ángel sobre mi mesa (An angel at my table, Jane Campion,1991), basado en su testimonio autobiográfico.

Una peripecia semejante se reconstruye en la cinta protagonizada anteriormente por Jessica Lange, pletórica en su identificación con Frances (Frances, Graeme Clifford, 1982). Se trata de una recreación de la vida de la actriz Frances Farmer, quien pagó cara su rebeldía al star system impuesto por Hollywood a través de su durísima experiencia de reclusión asilar, narrada aquí sin evitar los detalles más crudos, hasta la incisión transorbital del escoplo del neurocirujano que señala bruscamente su normalización definitiva. El mismo sacrificio ritual que recorrería otro interno mítico en una celebrada película manicomial, quizás la más popular de cuantas se hayan esforzado en denunciar el horror y la violencia intramuros desde una perspectiva crítica: Alguien voló sobre el nido del cuco (One flew over the cuckoo's nest, Milos Forman 1975). Sin duda el éxito de la novela contracultural de Ken Kesey y la elección del versátil Jack Nicholson para el papel del interno protagonista, fueron decisivos para explicar el éxito de taquilla y galardones obtenidos en la ceremonia de los Oscars. Hasta el extremo de lograr la identificación del público con este héroe antiinstitucional, a fin de cuentas un simulador de perfil psicopático, excombatiente de Corea inadaptado en su retorno a la anomia social, que encuentra en la subversión del régimen asilar la causa de su vida por la redención de los dementes. El carismático McMurphy contra la supervisora Ratched: la locura como fuerza liberadora contra la represión de la razón y el orden custodial, que deberá prevalecer a toda costa, incluso con la aniquilación final del disidente.

Pero si no era bastante la poderosa asociación de psicopatía y amotinamiento libertario contra la aburrida rutina del modelo asilar, un paso más allá encontramos un diabólico experimento psicogenético en la poderosa figura del Dr. Hannibal Lecter, un endiablado compendio de las más retorcidas perversiones al servicio de la causa del mal que deja al mítico Caligari para las atracciones de feria. De hecho El silencio de los corderos (The Silence of Lambs, Jonathan Demme 1991) ha inaugurado una popular saga de antropofagia selecta con notable éxito de taquillas, directamente proporcional al desprestigio del universo psiquiátrico. Porque aquí la personalidad vesánica y la habilidad cualificada del especialista conocedor de los aspectos más recónditos de la enfermedad mental coinciden en una retorcidísima aleación de psiquiatra/psicópata, hasta crear un personaje aberrante capaz de elevar el canibalismo sofisticado a la categoría de las bellas artes. Y la consecuencia más inmediata en la cultura de masas es que, ahora, el loco y su terapeuta caminan por un mismo laberinto de prejuicios y estereotipos adversos, pero amistosamente cómplices.

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Una de las lecturas que nos proponen en el apartado de cultura y cine de Psiquiatria24x7 firmadas por Dr. Caligari

http://www.psiquiatria24x7.com/bgdisplay.jhtml?itemname=review&s=3.

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1 comentario

Sevillano Colombiano -

hola blue

Estoy leyendo casi todos tus posts es una tarea buena pero dispendiosa, pues has escrito mucho en estos días, que bueno este artículo de como los medios de comunicación en vez de informar lo que hacen es deformar o desinformar, el estereotipo que tiene hollywood sobre lo que son enfermos mentales, las instituciones que se encargan de atenderlos y las personas que trabajan alli es muy diferente a la realidad, esta realidad deformada es la que comparte la mayor parte de las personas (de ahí que nos estigmaticen), que son educadas (deseducadas) por este medio.
Yo estuve internado en una institución psiquiátrica y fui atendido por personal capacitado, humanista, a pesar de haber sido ingresado en una crisis de psicosis intensa que llegaba al delirio nunca fui agredido ni confinado en una celda con una camisa de fuerza, en este momento estas medidas no son necesarias, ya que existen medicamentos que te calman, aún con los síntomas mas extremos. No recibí choques eléctricos, ni fue necesario hacerme una lobotomía, salí despues de dos meses recuperado y pude hacer de nuevo mi vida normal, sin haberme convertido en un psicópata.
No se de otros lugares como serán pero pienso que muchos son como al que asistí.
Pienso que antiguamente como no existían medios para tratar como hoy a los enfermos es posible que los hospitales mentales no fueran como los de hoy.
La evolución que ha tenido la psiquiatría y unida a ella los tratamientos que se hacen, las instituciones que los hacen sería importante que fuera informada debidamente, por otros medios de comunicación diferentes a la imagen que trasmiten las películas tenebrosas.