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Carne de Psiquiatra -Trastorno Bipolar

Se me escapaba la vida a través de las manos

Se me escapaba la vida a través de las manos

Verano de 2004. Yacía en la cama, ya no se sabe si por el dolor de una vértebra en proceso de soldarse, o por una depresión, qué vino antes, todo se mezclaba y nada tenía sentido. Que una pastilla que ha de estabilizarme haga que mi tensión, sin problemas hasta la fecha, me desmorone, y que la descalcificación haga el resto. Podía haberme quedado paralítica y el día del accidente, 28 de junio, fue como una nube.

La habitación donde crecí, las paredes no me hablaban porque nada anómalo me habló nunca, pero las paredes hablan del pasado y predisponen un estado de ánimo. La persiana que da a un patio sin luz cerrada convierte una habitación en un nicho del todo oscuro, tú en la cama, tu única luz un portátil que no duerme.

Mi lámpara era ese ordenador, y la única luz visible. Yo estaba apagada, había despertado pero no quería estar despierta. Más miseria, más dolor. Quería dormir, dormir, dormir...

Tomé de cinco a diez comprimidos de una benzodiacepina. Sabía que con esa dosis sólo dormiría, sería desconectada, ojalá un día entero, quería dimitir un día del negocio de la vida y me automediqué para ello con una dosis que para mi cuerpo adicto a esas pastillas eran cosquillas.

Claro que se enteraron, a tí te pasa algo raro hoy estás muy dormida y por qué no quieres comer, déjame quiero dormir, qué pasa, que he tomado esto porque quiero dormir, y me llevaron a urgencias. Al ser la dosis pequeña y yo ya estaba despierta, adormilada pero muy viva en lo biológico. No recuerdo mucho ahora, un informe para llevarle a mi psiquiatra, una amonestación familiar, retirada de pastillas, ahora te las daré yo. Esto de una desconexión puntual no le gusta a la gente, claro, preocupa mucho, pero yo no quería estar despierta y eso sólo lo entienden los que han estado ahí y los psiquiatras quizá lo crean de tanto escucharlo.

Pasaron dos semanas o poco más, 2 de septiembre, yo seguía con las mismas ganas de no saber lo que sabía, que latía mi corazón pero yo estaba muerta, la habitación seguía cerrada, yo seguía en la cama, a oscuras me libraba de mirar hacia el techo pero esta vez ya no pensaba en un sólo día, ni en unas benzos, quería algo más definitivo, permanente, a salvo de lavados de estómago, cicatrices y pérdida funcional si no permanente de órganos vitales. Aprendiz de suicida, hazlo bien o desearás morir de verdad porque ahora sólo piensas en tu mente y no en cómo tu cuerpo podría quedar, piensa, piensa, cómo, cómo...

Llevaba dos días rumiándolo, no iba de pastillas la cosa y no tenía que fallar, no podía resistir más y ya no veía ni campos ni playas ni el brillo del sol ni el de las estrellas, sólo existía el monitor de un portátil que me proporcionaba un punto de concentración para procesar el plan que no debía ser escrito sino memorizado, y esa pantalla me habló sin hablarme, alguien se conectó y se dio cuenta de mi estado, y me llevaron a urgencias antes de que se me escapase la vida del cuerpo que seguía latiendo.

Me obligaron a salir a la luz del sol. Soy incapaz de recordar si llevaba puesta la faja en la espalda pero sin ella no podía caminar. Obedecí como una autómata, con resistencia pero obedecí a las contraórdenes, no había gran cosa más en mi mente pues sólo la llena la vida.

Desde entonces, enfermo de tristeza en habitaciones oscuras, me dan miedo, y las paredes que hablan también.

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