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Carne de Psiquiatra -Trastorno Bipolar

Psicoeducación, o las lentejas en Madrid

Psicoeducación, o las lentejas en Madrid

Mi psicoeducador (ver post reciente Terapia 2003-) es muy bueno y lo afirmo porque me ayudó a soportar no sólo lo que se cocía en el despacho del psiquiatra, sino todo lo que iba en el paquete, que no suele tratarse en el otro despacho. Aceptar la enfermedad, aceptarse cuando te desprecias. Toneladas de impotencia es lo peor que recuerdo, aplicada a todas las facetas de mi vida, ahora que me había quedado sin vida alguna, sólo tenía mi familia y mis amigos, ¡sólo! menos mal. Y menos mal que empiezo a olvidar, que han pasado tres años desde lo peor.

Para un bipolar es crucial aceptar la enfermedad y con ello adaptarse a una nueva vida. Yo lo tengo muy claro en mi caso: hay un antes y un después, quizá porque me pilló mayor ya. Y te enseñan a comerte esas lentejas. Vale cara la terapia, pero sin ella, otro gallo me hubiera cantado.

La última visita fue el pasado julio. Más claro, agua: la vida que hay que "educar" la hago en Madrid, poco sentido tiene que vaya a Barcelona a la terapia. Recomendaciones generales que no dependen del domicilio sino de una rutina cotidiana: actividad intelectual, ejercicio físico, autocuidado, y un momento al día para todo ello. La autoestima parece un premio a la excelencia.

Las estaciones me marcan demasiado lo que puede ser rutina. En verano, el paseo ha de darse antes de, digamos, las 11 de la mañana, y luego a guarecerse hasta la caída del sol, otra vez a la calle. Por ello me venía muy bien estar despierta a las 8.

En invierno sin embargo, más o menos a esa hora es cuando puedes salir, hasta el anochecer. A la inversa. Me gusta más el invierno, pues puedo estar en la calle esas horas donde sí estoy operativa. Este es como el pasado invierno: estoy con efectos secundarios hasta más o menos estas horas.

Si salgo a la calle sola, a primera hora, toca despistes y pánico a ser atropellada o tropezar por falta de equilibrio. Si salgo acompañada, me siento más segura, pero muy a menudo en mi parte del diálogo "no me sale esta palabra", "me he perdido, ¿por dónde íbamos?" "¿puedes repetirlo? no me he enterado de nada" Esto sucede por las mañanas, no es mareo sino despiste, y va a días, también, si esa fuese mi tónica general me deprimiría por impotencia, ese sufrimiento sin nombre ni límite. La sensación de que deberías apuntarlo todo en tu vida para no olvidarlo, porque luego intentas contar algo y sabes que no estás relatando como un periodista sino como un contador de cuentos que se inventa media película con detalles que no recuerda.

Mis amigos saben en qué consisten mis "deberes" con el psicoeducador, es decir, conmigo misma, y lo que pasa con los deberes es lo mismo que cuando eras una cría: qué rollo, si puedes escondes la hoja, uy no me acordé...

Esta semana voy a tener que dar cuentas no al psicoeducador sino a mis amigos. Ellos sí conocen el terreno que piso día a día en esta ciudad, y me han puesto una meta diaria por donde más flojeo, el ejercicio.

De momento, voy a aplazarlo, hasta después de comer. "La hora del café" es muy larga, de nuevo. Esas son mis lentejas.

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