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Carne de Psiquiatra -Trastorno Bipolar

Diarios

Diarios Me chifla lo manuscrito. Hace años que quiero aprender árabe y chino o japonés, uno de los dos, porque me fascinan los kanjis, y porque me gustaría leer los poemas y versículos en las paredes de la Alhambra en versión original. Di mis primeras clases de árabe y mi conclusión fue que no podía hacerlo como autoaprendizaje.

Para mí es casi una necesidad conocer la letra de alguien que me importa: en mi criterio, habla tanto de esa persona como su casa. Como su firma. No es fácil descubrirla en un amigo, porque cuando te reúnes con ellos lo haces oralmente.

Me gustan las libretas, y tengo muchísimas. Son de tamaño mediano o pequeño. Todavía ando recopilándolas, andaban por cualquier lugar. Ahora tienen su lugar definitivo en una caja que ya está llena. Y muchas se han perdido en el traslado.

Tengo cuatro libretas por estrenar, y tres escribiéndose en estos momentos. Ahora reparo en que casi todas son de papel cuadriculado, pero no me asusta un folio en blanco. Papel normal, porque no soporto el tacto del reciclado, y aquí debo decir que yo soy de las que reciclan todo el papel, pero luego no me hagas consumirlo. Mi sentido del tacto es muy alto, y me repele esa aspereza.

Muchas veces escribo en lápiz, con la punta bien afilada. Si he de escribir permanentemente, tinta negra sin pensármelo, pero la gama de azules Pilot me ha hecho reconciliarme con el añil. Como instrumento, hace años uso rotuladores de punta fina. Hubo una temporada en la que usé una pluma que me regalaron, pero me cansé de mancharme de tinta, porque sostengo los útiles apurando mucho hacia la punta.

Soy diestra, pero durante meses me tocó ser zurda, y fue toda una experiencia, porque de repente volvía a escribir como una parvulita copiando las letras del silabario. Deberían educarnos como ambidiextros, esa fue mi conclusión. Sería curioso comparar las caligrafías que generan los diferentes lóbulos cerebrales, educados para ello.

Algunas libretas, más bien cuadernos, tienen un tema muy específico. Las de idiomas: vocabulario y gramática que ya he olvidado, sé que son mías por la caligrafía. Soy bastante sentimental: guardo algunas libretas del bachillerato porque los comentarios al margen no tienen desperdicio.

Otras son cajones de sastre. Las conservo con especial interés porque en el fondo son los “diarios ocultos” de años en los que no escribía, porque no tenía nada que decir o porque no tenía tiempo para hacerlo. En una página hay una lista de la compra, en otra el resultado de una partida de cartas, más adelante hay una con usuarios y contraseñas de páginas web que ya han dejado de existir. En otra sección, algo de contabilidad doméstica, ahora se ha convertido en un testimonio de la cantidad que fumaba y de lo que costaba el tabaco entonces (qué tiempos aquéllos). Qué canciones me gustaban y grababa en vídeo, o en una cinta que regalaba a un amigo. Micro-fragmentos del pasado.

Sigo escribiendo ese tipo de libretas. Un teléfono nuevo, un anuncio en la calle, un borrador de algo. Siempre una libreta tipo “cajón de sastre” encima. Tomo notas, apuntes variados: del paisaje urbano, una idea para un relato, el precio de algo, cómo llegar a un lugar, teléfonos y e-mails, la configuración de un acceso a Internet. Primero, porque me gusta manuscribir, y segundo porque no delego a mi memoria la responsabilidad de acordarme de esos pequeños detalles cotidianos. Mi bolso pesa mucho, lleva una libreta, un lápiz y al menos un Pilot, para empezar. Ya sabéis lo de los bolsos y las mujeres.

Agendas. Las guardo todas, son el registro de actividad, los diarios no-emocionales.

Cuadernos de viaje. Me estoy encontrando de todo en la caja.

Cuando estoy fuera, me gusta comprar una libreta allá donde haya ido a caer. En mis escapadas a Madrid, compro una pequeña que venden en una papelería de la calle Carretas, justo a la entrada desde Puerta del Sol. Es de espiral, de cubiertas marrones, y el papel es a líneas. En ella he tomado notas este año de las sesiones con el psicólogo y el psiquiatra. Se está acabando ya la libreta y el 2004, urge ir a comprar otra… pero se me está escapando el viaje a Madrid este año, siempre surge algo. Tendría que volver a “hacerme” la hipomaníaca descontrolada y pillar el primer tren con lo puesto y sin billete (esta os la cuento en otro post). Pero no puede ser, ahora estoy con los pies en el suelo, oscilando, pero encadenada.

Diarios personales, desde la primera adolescencia. La primera libreta “Diario” fue un regalo de la Primera Comunión, de esas para niñas, con una pequeña llave. Quizá deba el haber empezado a escribir a alguien de mi familia, he de preguntar a Madre si recuerda al culpable. Mis diarios adolescentes están escritos prácticamente en clave, por si Madre daba con ellos. Los escondía y sellaba con cinta adhesiva. Descansan en otra caja, también rebosante. De vez en cuando he regalado un diario o un fragmento a un amigo. Hace meses abrí uno de los volúmenes, y me acojoné tanto de lo que allí leía que lo dejé para tiempos mejores. No estaba preparada para contar todas las veces que he tenido ideas suicidas, y lo bien que ya las relataba entonces (escalofrío). Desde 1999 mis diarios son electrónicos y protegidos con contraseña. Estoy escribiendo el volumen 2004, por supuesto. El volumen 1999 podría ser titulado “hipomanía”, el 2000 “depresión”, el 2003 “manía”, la trilogía bipolar vamos.

Tengo un albacea de mis escritos, una persona tiene el password. Se lo pedí cuando el suicidio planeaba demasiado a menudo. Si muero, él será el responsable de su destino.

Las libretas registran el cambio en mi caligrafía. Mi letra siempre ha sido clara, y por ello mis apuntes eran muy fotocopiados. Al principio era de formas redondeadas, y con el transcurso de los años se ha vuelto angulosa. Asombro a los familiares cuando descubren que mi caligrafía se parece demasiado a la de mi padre. En su día les asusté más, cuando todavía no llegaba a la pila de fregar los platos por mi estatura (¿5 años?) escribí mi nombre en un papel (quizá estaría aprendiendo a escribir), y mi tía-tocaya hizo lo mismo, y resultó que las letras se parecían demasiado. Ello debería darle una oportunidad a la grafología, porque aprecio un componente genético en mi caso. Escribo a mano alzada muy a menudo, cuando estoy en cualquier lugar que no sea una mesa, y entonces se acentúa la grafía. Ayer mostré una libreta de este tipo a alguien, y sin preguntar yo por ello me dijeron “escribes como un médico, pero se te entiende”.

Soy escéptica, es decir, a priori no creo en la grafología. No tengo claro que en esos trazos pueda leerse mi personalidad. Mi ex psicoterapeuta le daba crédito al tema. No he tirado casi ningún manuscrito, ahí está el material por si algún día me decido a que analicen mi caligrafía, o es de alguna utilidad para la terapia: letra depresiva, letra hipomaníaca, episodios registrados en líneas de papel. Ya dije que no se puede hacer un test de personalidad a quien oscila, puesto que los síntomas ocultan la verdadera personalidad. Sería interesante descubrir episodios infantiles en esos volúmenes de trabajos escolares. La bipolaridad también se manifiesta en niños, a veces se les diagnostica con "síndrome de déficit de atención", hiperactividad... son posibles bipolarcitos.

Mi ex psicoterapeuta afirmó que era una masoquista.

Debo serlo, porque hace más de un año que persigo el Primer Episodio. Ya hemos llegado a uno con la técnica de la entrevista. A los 18 años, una manía con síntomas psicóticos. Poco a poco retrocederemos, por el momento me interesa más que el psicólogo siga pegándome caña con el presente que con el pasado. Además, es durísimo que te anuncien que cuando sucedió tal, una estaba maníaca. Tendré que sacar los Diarios adolescentes de su caja, y mi psicólogo va a disfrutar, lo sé. Yo también disfrutaré por morbo o masoquismo, porque como un día se puso un conocido en su nick de msn, “es duro que te digan que lo mejor de tu vida fue por una enfermedad”. Y lo peor. Cómo reaccionó tu bipolaridad a cualquier detonante, o simplemente porque sí, por la ley del péndulo.

En resumen, que siempre he escrito. El blog es sólo un nuevo soporte. El reto para mí consiste en trabajar únicamente en pantalla. No imprimo el post para corregirlo. Y siempre que he escrito algo, ha sido corregido en papel y dejado como definitivo después de dos impresiones-correcciones. Esta es la novedad del blog, escribo “a pelo”. A posteriori, aprecio muchas palabras que no me gustan, conectores mal usados, párrafos mal encadenados, a veces inconexos a falta de un hilo conductor. Digamos que estoy experimentando. Vamos, que sé escribir mejor. Pero un blog tenía que ser diferente, fresco y espontáneo, y por tanto esas erratas son parte intrínseca de él.

. . .

Imagen: Cartel de “The pillow book” (Peter Greenaway, 1996). Altamente recomendable. Para todos, y en especial para fans de Ewan McGregor: lo podéis ver gloriosamente desnudo.

3 comentarios

chikuska -

hola!siempre me he considerado un poco literata, aunque no escriba bien, ni algo en concreto, tambien me encantan las libretas,escribo mucho, es mi hobby desde pequeña, con lapicera o boli bic, aunque tambien escribia en la maquina de escribir y ahora el el ordenador pero mis apuntes en libretas de todas clases, pero mi letra es horrorosa, pero mi firma es de escritora, jajaj

Carne de Psiquiatra -

Hola Ihara,
el perfeccionismo nos matará algún día. Yo me pasaba un día entero corrigiendo un escrito, hasta que decidí "cerrarlo", poner al final día y hora y dejarlo tal cual. Era perfeccionable, pero si seguía en él dejaba de escribir otras cosas.
Te animo a que retomes la escritura, en esa libreta precisamente que no estrenaste. Lo que digas ha de ser por fuerza interesante, y el soporte ha de ser digno, el más digno posible.
Gracias por la recomendación sobre el Japonés, algún día he de ponerme a ello y me parece un buen punto de partida.
"The pillow book": estoy de acuerdo contigo y es una de mis favoritas. El fotograma de Ewan McGregor es anécdota, pero recubierto de kanjis, pues qué quieres que te diga... una no es de piedra ;)

Ihara -

Yo también soy un aficionado a las libretas, pero ya no escribo: corrijo demasiado y nunca estoy satisfecho. Tengo un cuaderno con cubierta oriental que es una maravilla y por eso mismo no me atrevo a comenzarlo (creo que lo compré en León).
También me hice con un juego de plumas para caligrafía; pero como soy muy disperso, no lo he usado.
Un libro para iniciarte en la caligrafía japonesa: El japonés escrito, de De la Corte.
Y, aunque te parezca que te estoy haciendo la bola, soy un rendido admirador de The Pillow Book (y por extensión de Greenaway): la he visto seis o siete veces, claro que no por contemplar a McGregor "gloriosamente desnudo".
Volveré a tu bitácora (me gusta más el término castellano) ya que tantos gustos tenemos en común.