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Carne de Psiquiatra -Trastorno Bipolar

Rouge à lèvres

Rouge à lèvres Pues no, Kidam, ni amor ni sexo, aquí sigo como si las pastillas contuviesen bromuro o fuese invisible. El otro día me invitaron a un evento y pensé que debería arreglarme un poco, así que me compré un pintalabios con color. Digo color porque los dos que tengo son de un marrón tan natural que no parece que vaya maquillada.

En la tienda, lo típico, escoger el tono. Rosa, no, gracias. Acabé con la mano completamente llena de borrones de diferentes colorines, estaba completamente mareada e indecisa y ya era hora de cierre y no tenía tampoco tiempo para arreglarme, así que con las prisas dije “este mismo”...

Debo reconocer que no escogí el carmín clásico rojo, que nunca me he atrevido a usar porque no me sentiría ni sentaría bien, pero este color realmente es extremado. Me lo puse al llegar a casa y me dije: menudo “rouge putón”...

... y voy al evento y tres personas me dicen que estoy guapísima. Sin pintarme la raya de los ojos, porque se me olvidó comprar el lápiz, soy un desastre, pero en mi vida –salvo en mi primera juventud- me he pintado, tanto es así que compré maquillaje para mi boda y lo tuve que tirar porque caducó. O sea, desde esa fecha lejana, me habré pintado unas diez veces como mucho, una por año, más o menos.

Previamente, me había gastado cierta cantidad en depilarme y peinarme para la ocasión, es decir, entre pitos y flautas aquélla tarde cayeron 100 euros. Por lo que luego, en pleno éxito de público, pensé: esto de la belleza interior es un cuento para niños, aquí los hombres lo que quieren es una hembra disfrazada de tal. Es muy fácil, te metes en una máquina tragaperras, le echas 100 o 200 euros (por si necesitas zapatos o algún trapo) y sales como ellos quieren verte. A mí eso me suena a un pacto con el diablo, directamente. Yo dejo de ser yo en cuanto invierto en mi presencia un dineral. Y le hago el juego a todos los anuncios habidos y por haber, y me convierto en una modelo digna de... bah. Todo trampa y cartón, hasta la faja que llevaba para disimular esa figura “pastillera”.

Eso es COSIFICARSE.

Mientras tanto, ellos pueden ir descamisados o sin un buen corte de pelo, eso a ellos se la trae floja. El adorno eres tú, claro, la cosa bella, algo que pueden coger o comprar a su gusto. Esto me da sencillamente asco. Como el que me dice sin tapujos:

“Oye, te había visto ya pero no me había fijado en ti. A ver si nos vemos otro día y hablamos”

Resulta que mis labios no parecen bonitos hasta que se les echa un color extremado. Pues son los mismos de antes. “Hechos para besar”, escuché un día de alguien sincero, que los vio tal cual los suelo llevar.

Por eso no inicié o di pie a un juego de seducción con los que estaban dispuestos a hacerlo. Porque de repente, también me di asco, no era yo sino una cosa disfrazada. Me divertí con unos amigos y dejé que me mirasen. El ego subió poco porque era consciente de la ilusión óptica.

Nos rondaba un chico joven con unos amigos. Le estaba tirando los tejos a una amiga mía. Entonces me pregunta qué edad tengo, y yo le devuelvo la pregunta:

Él- Pues como yo, más o menos
Yo, sonriendo- ¿Cuántos?
Él- Pues 28
Yo, aguantando la risa – Este año cumplo 38
Él, titubeando - Pues... pues...

No es la primera vez que me lo dicen, de nuevo el sábado pasé por este particular “test de juventud” y resulta que tengo cara de nena, y un pacto con el diablo, porque “comparada con mi sobrina...”, historias que ya he escuchado desde hace años.

¿Acaso una no puede estar acercándose a los 40 y tener aspecto juvenil? Que de hecho no tengo, porque no tengo ya la figura que poseía a los 25, pero para eso están otros artilugios, como las fajas. Pero no se me aprecian arrugas y me tiño las canas.

Estoy harta. Los silenos de Alcibíades.

“No eres como pensaba”, me dijo el tío del Mercedes hace unas semanas. Claro, no estaba tan altiva y fría como me tenía clasificada, era yo. La pregunta que me dejó desarmada fue: “Y tú, ¿por qué no tienes pareja?”

Y yo qué sé. O sí, no quiero problemas, me he acostumbrado a estar conmigo misma y ya tengo bastante con eso. Y fue un aprendizaje empezar a hacerlo, después de muchos años en pareja.

O igual es porque no me he disfrazado lo suficiente para que algún capullo capte mi belleza exterior. A estas alturas, la idea de hacerme lesbiana ya no me parece tan mala, y que no se ofendan las lesbianas, que siempre me han tirado los tejos.

El pintalabios me lo quitó dos días después un amigo, a mano, porque le parecía que era cosa de “lumis”, a pesar de que otra amiga insistía en que era un color bonito y en ningún caso el pretendidamente vulgar bermellón clásico.

“Sombra aquí... sombra allá.... maquíllate, maquíllate”...

Pues voy a usarlo, porque me gusta cómo me queda y porque me costó 12 euros y pico. Aunque sea para estar por casa.

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