-7,14
Ese es mi saldo. Tengo 15 en la otra cuenta, y 22 en cash. No está mal, teniendo en cuenta que este mes me han pegado dos sablazos importantes. Y que mañana está previsto que tenga ingresos, si tengo un día favorito al mes es el 25, haga sol o llueva.
No tengo ganas de reclamar las dos últimas facturas de teléfono (=ingresos), me agota reclamar, aunque cuando voy subida se me da muy bien, porque para mí estar subida es estar de mala leche total, por lo que llamo y reclamo con una contundencia que no admite un NO, y suelo emplear todo mi repertorio de palabras malsonantes en cualquier frase aunque sea a modo de coletilla. Creo que he reclamado más de la mitad de mis facturas de teléfono por una razón u otra. Como te venden las promociones oralmente, igual dices que no pero ellos marcan la casilla, tienen su bonificación y luego el trabajo es tuyo para que te devuelvan el dinero.
Antes tenía la santa paciencia de meter en una hoja de cálculo cualquier gasto, y al final hacía balance de lo que podía ahorrar. Sé perfectamente en qué puedo ahorrar, y los números apuntan en primer lugar al tabaco. Cuando fumas dos paquetes al día en estos tiempos, pasa lo que pasa. De vez en cuando compro tabaco económico, pero me acaba pataleando el estómago. Ahora me estoy liando cigarrillos, es una manera más sana de fumar y por supuesto más económica, pero cuando voy por la calle no monto el numerito -una vez en un bar, hace años, me llamaron la atención, pensaban que fumaba droga-, por lo que fuera de casa voy con la cajetilla reglamentaria.
Lo de la comida es capítulo aparte. Soy de las que todavía no controla bien el euro, de tal forma que cuando compro algo que vale menos de dos euros, tengo la sensación de que es barato. Y un carajo. Todo ha subido con el euro, y la fruta y verdura empiezan a ser productos de lujo. El otro día me sorprendí al comerme una manzana mientras veía la etiqueta, 50 pelas valía la manzana (eso me pasa por pagar antes de consumir, como el café, que me sabe más amargo cuando me clavan en una terraza). Creo que los kiwis son más baratos que los plátanos, hoy me voy a fijar. Por fortuna, he empezado a comer kiwis, fruta que nunca había sido de mi devoción, pero en el primer ingreso no me pareció tan mala, claro, como ciclé a hipomanía supongo que necesitaba experiencias nuevas, y el recinto no daba mucho de sí. Incluso me aficioné a los puritos, y ahora los tengo ahí muertos de risa, porque me marean.
Soy de las que contará en pesetas hasta que muera, ya lo tengo claro. Al principio, iba acumulando calderilla hasta que con ella podía comprar un cartón de tabaco. Ahora ya controlo mucho mejor las monedillas, aunque me pasa como a todos los de la cola del supermercado, que a la hora de pagar se hacen un lío buscando los céntimos. Muchas abuelas abren el monedero directamente y la cajera toma de él, o de la mano con todo lo que se lleva encima. Son honradas, porque lo son o porque saben que el de detrás las controla.
Antes se despreciaba la peseta en los cambios, es decir, por una peseta o dos el redondeo solía ir a tu favor. Una vez fue en mi contra y me cabreé, por dos pesetas, ay los catalanes. Ahora pasa lo mismo, te perdonan un céntimo para no darte cuatro céntimos más, y yo también prefiero perder uno a que me den más, ya soy madrileña. Odio esas monedillas que se oxidan tan rápidamente, y maldigo a los expertos que eligieron esa aleación de níquel que además produce alergia a tanta gente. El dinero da alergia, sí, menos mal que esto es Europa.
Me sorpende también en muchos comercios el letrero "no se admiten billetes de 200 y de 500 euros". Yo no he tocado uno en mi vida. El banco siempre me da billetes de 50 aunque le pida 500. Una vez vi a un par de dudosa profesión comprar unos cuantos terminales móvil de lujo, con billetes de esos.
Escribo más bien automáticamente, porque a estas horas sigo con mi tostada encima, medio zombi a pesar del café. El café es impotente ante los efectos secundarios. Por eso digo chorradas. He abandonado por completo el diario, porque no tengo nada para escribir en él. A mi diario no le interesa mi saldo, ni siquiera a este blog, pero aquí me entretengo hasta que mi cabeza tenga a bien el despertar.
He querido trabajar de buena mañana, pero lo único que he conseguido es cargarme la puerta de la lavadora, que amenazaba con romperse hace semanas. Por suerte, el resorte sigue ahí, debajo de la manecilla rota, así que ahora me espera un lumbago cuando cuelgue la ropa, un plan muy apetecible vamos, pero necesario, porque la ropa interior se agota. Y he de lavar a mano algunas cosillas también, como el jersey que la yegua olisqueó hasta hartarse, porque cuando me lamió la mano me la dejó perdida de babas marrones y como diría la niña cántabra, los caballos no se limpian la boca porque no tienen manos para cepillarse los dientes.
Y fregar el suelo porque alguien, o el invitado o yo, esta noche va a dormir en el suelo con el colchón extra. Fijo que, además del lumbago, me va a salir el callo de la limpieza, que sana justo cuando me vuelvo a poner el gorro en la cabeza.
Estoy agobiada, pero no por el -7,14. Quiero mi cabeza, necesito mi cabeza, y mientras voy haciendo la lista de la compra. Calculo que será de unos 30 euros, o sea que lo dejaremos en -37,14. No pasa nada, en teoría mañana cobro. Por eso llego a día 1 con lo justo para pasar el mes. Pero lo paso, y como sano, vivo bien, no puedo quejarme.
Otra opción sería atracar un banco, pero con mi suerte me pasaría lo que al tío de la peli del otro día de Telemadrid, que sólo sacó 300 dólares.
Otra opción es dejar de escribir gilipolleces y llenar el cubo de agua para fregar, espero que se me pase -uff, me acaba de dar otra hostia la cabeza, esa sensación de vértigo interior, casi que veo a la pastilla girar ahí-, menos mal que no todos los días la tostada mental es tan fuerte.
Tengo que hablar con mi psiki. Como somos muy fashion, nos comunicamos por sms o e-mail.
No tengo ganas de reclamar las dos últimas facturas de teléfono (=ingresos), me agota reclamar, aunque cuando voy subida se me da muy bien, porque para mí estar subida es estar de mala leche total, por lo que llamo y reclamo con una contundencia que no admite un NO, y suelo emplear todo mi repertorio de palabras malsonantes en cualquier frase aunque sea a modo de coletilla. Creo que he reclamado más de la mitad de mis facturas de teléfono por una razón u otra. Como te venden las promociones oralmente, igual dices que no pero ellos marcan la casilla, tienen su bonificación y luego el trabajo es tuyo para que te devuelvan el dinero.
Antes tenía la santa paciencia de meter en una hoja de cálculo cualquier gasto, y al final hacía balance de lo que podía ahorrar. Sé perfectamente en qué puedo ahorrar, y los números apuntan en primer lugar al tabaco. Cuando fumas dos paquetes al día en estos tiempos, pasa lo que pasa. De vez en cuando compro tabaco económico, pero me acaba pataleando el estómago. Ahora me estoy liando cigarrillos, es una manera más sana de fumar y por supuesto más económica, pero cuando voy por la calle no monto el numerito -una vez en un bar, hace años, me llamaron la atención, pensaban que fumaba droga-, por lo que fuera de casa voy con la cajetilla reglamentaria.
Lo de la comida es capítulo aparte. Soy de las que todavía no controla bien el euro, de tal forma que cuando compro algo que vale menos de dos euros, tengo la sensación de que es barato. Y un carajo. Todo ha subido con el euro, y la fruta y verdura empiezan a ser productos de lujo. El otro día me sorprendí al comerme una manzana mientras veía la etiqueta, 50 pelas valía la manzana (eso me pasa por pagar antes de consumir, como el café, que me sabe más amargo cuando me clavan en una terraza). Creo que los kiwis son más baratos que los plátanos, hoy me voy a fijar. Por fortuna, he empezado a comer kiwis, fruta que nunca había sido de mi devoción, pero en el primer ingreso no me pareció tan mala, claro, como ciclé a hipomanía supongo que necesitaba experiencias nuevas, y el recinto no daba mucho de sí. Incluso me aficioné a los puritos, y ahora los tengo ahí muertos de risa, porque me marean.
Soy de las que contará en pesetas hasta que muera, ya lo tengo claro. Al principio, iba acumulando calderilla hasta que con ella podía comprar un cartón de tabaco. Ahora ya controlo mucho mejor las monedillas, aunque me pasa como a todos los de la cola del supermercado, que a la hora de pagar se hacen un lío buscando los céntimos. Muchas abuelas abren el monedero directamente y la cajera toma de él, o de la mano con todo lo que se lleva encima. Son honradas, porque lo son o porque saben que el de detrás las controla.
Antes se despreciaba la peseta en los cambios, es decir, por una peseta o dos el redondeo solía ir a tu favor. Una vez fue en mi contra y me cabreé, por dos pesetas, ay los catalanes. Ahora pasa lo mismo, te perdonan un céntimo para no darte cuatro céntimos más, y yo también prefiero perder uno a que me den más, ya soy madrileña. Odio esas monedillas que se oxidan tan rápidamente, y maldigo a los expertos que eligieron esa aleación de níquel que además produce alergia a tanta gente. El dinero da alergia, sí, menos mal que esto es Europa.
Me sorpende también en muchos comercios el letrero "no se admiten billetes de 200 y de 500 euros". Yo no he tocado uno en mi vida. El banco siempre me da billetes de 50 aunque le pida 500. Una vez vi a un par de dudosa profesión comprar unos cuantos terminales móvil de lujo, con billetes de esos.
Escribo más bien automáticamente, porque a estas horas sigo con mi tostada encima, medio zombi a pesar del café. El café es impotente ante los efectos secundarios. Por eso digo chorradas. He abandonado por completo el diario, porque no tengo nada para escribir en él. A mi diario no le interesa mi saldo, ni siquiera a este blog, pero aquí me entretengo hasta que mi cabeza tenga a bien el despertar.
He querido trabajar de buena mañana, pero lo único que he conseguido es cargarme la puerta de la lavadora, que amenazaba con romperse hace semanas. Por suerte, el resorte sigue ahí, debajo de la manecilla rota, así que ahora me espera un lumbago cuando cuelgue la ropa, un plan muy apetecible vamos, pero necesario, porque la ropa interior se agota. Y he de lavar a mano algunas cosillas también, como el jersey que la yegua olisqueó hasta hartarse, porque cuando me lamió la mano me la dejó perdida de babas marrones y como diría la niña cántabra, los caballos no se limpian la boca porque no tienen manos para cepillarse los dientes.
Y fregar el suelo porque alguien, o el invitado o yo, esta noche va a dormir en el suelo con el colchón extra. Fijo que, además del lumbago, me va a salir el callo de la limpieza, que sana justo cuando me vuelvo a poner el gorro en la cabeza.
Estoy agobiada, pero no por el -7,14. Quiero mi cabeza, necesito mi cabeza, y mientras voy haciendo la lista de la compra. Calculo que será de unos 30 euros, o sea que lo dejaremos en -37,14. No pasa nada, en teoría mañana cobro. Por eso llego a día 1 con lo justo para pasar el mes. Pero lo paso, y como sano, vivo bien, no puedo quejarme.
Otra opción sería atracar un banco, pero con mi suerte me pasaría lo que al tío de la peli del otro día de Telemadrid, que sólo sacó 300 dólares.
Otra opción es dejar de escribir gilipolleces y llenar el cubo de agua para fregar, espero que se me pase -uff, me acaba de dar otra hostia la cabeza, esa sensación de vértigo interior, casi que veo a la pastilla girar ahí-, menos mal que no todos los días la tostada mental es tan fuerte.
Tengo que hablar con mi psiki. Como somos muy fashion, nos comunicamos por sms o e-mail.
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