EL TECHO
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Abría los ojos.
La ventana, tan cerrada como la dejé, oscuridad.
No me movía.
Madre se daba cuenta rápido de que estaba despierta, quizá porque iba al baño.
Abría parcialmente la ventana.
Bien, ya tenía luz, la suficiente.
Ya veía el techo, a veces me sobraba con un punto en él.
Abría del todo los ojos y allí perdía mi mirada.
Qué tendrá el techo.
No podía ni quería escapar del techo.
Y Madre se lo dijo al psiquiatra como una de mis conductas más raras: “se pasa el día mirando el techo con los ojos muy abiertos”.
No tienes nada mejor ni más importante a hacer que mirar el puto techo.
Nada más puedes hacer.
Horas, horas.
Días, días.
Hace un año que no lo hago, y no estoy muy segura de lo que pensaba, pero aventuraría a afirmar que los ojos abiertos en el techo eran actividad mental cero, que el peligro era cerrarlos y sí empezar a pensar, en nada bueno por cierto.
El techo, en todo caso, me producía el aislamiento que necesitaba.
Te ven así y cierran la puerta de la habitación, convencidos ya de que estás fatal.
No lo entienden, pero ven que algo no va bien.
Depresión.
***
1 comentario
Bertrand -
En la siguiente sesión, no pregunto nada, tan sólo se sento frente a la paciente... y meditó... en silencio... en comunión...
Se entendieron... ella le reconoció toda su sabiduría... él la ayudó a dar un paso más...