El Método Gazpacho
Me sorprendió una noche por msn, no me lo podía creer. Una de mis amigas incondicionales, la malagueña, cocina gazpacho cada día, y cada día su familia se toma un vaso. ¿Todos los días del año, hasta en Navidad? Fue mi estúpida pregunta. Pues sí, todos los días, incluso esos tan señalados de menús especiales. Y pensé, qué aburrimiento, comer cada día lo mismo, a mí me rayaría desde luego, y pregunté ¿Y cómo se lo toman ellos? La respuesta fue rotunda: POR COJONES.
Motivos o no aparte, que los hay, debe reconocerse que un gazpacho es un aporte vitamínico ideal para todos los días del año.
Es una pena que no me guste el gazpacho porque para empezar, odio los pimientos, y los pepinos me repiten. Ella me ha jurado que su gazpacho me gustaría. Espero probarlo algún día y que efectivamente me guste, porque si la visito, por cojones que me lo tomo como el resto de la familia, vamos.
Y de esto sacamos algo muy práctico: el Método Gazpacho.
Es una táctica. Muy dura. Estás depre y todo te parece el Everest, o estás completamente inestable y bastante tienes con sujetarte la cabeza, pero haces lo que sea por el Método Gazpacho.
POR COJONES.
¿No te apetece meterte en la ducha? Pues por cojones te vas directa.
¿No te apetece comer? Pues por cojones que te sientas a la mesa y te lo tragas.
Hubo un día en que practiqué el método, por fuerza mayor, por procedimiento extraordinario.
Estaba ingresada. Me desperté a las 6 am, sin haber dormido apenas, y me entró el pánico, la fobia social, y el sáquenme de aquí, que me estoy volviendo loca y entré cuerda. Lo del insomnio es lo peor para desencadenarte crisis, y si has tenido una bronca con una esquizofrénica en pleno brote, lo más.
Me acordé de esta amiga, y me susurró al oído: Tómate el gazpacho, rubia. (Aclaro nuevamente que nunca he oído voces).
Iba a pedir a las auxiliares que me trajeran el desayuno a la habitación. No quería cruzarme ni hablar con nadie. El psiquiátrico se me había caído encima y permanecer en él no era ya mi cura sino mi locura. Quería quedarme encerrada en esa habitación, a salvo del resto de pacientes, solita conmigo misma y mis fobias.
Poquito a poquito, tomándome el gazpacho que me repatea el estómago y me repite:
A las 7, decidí ducharme por cojones.
A las 7.30, ya había abandonado el pijama.
A las 8, salí por la puerta, a pelearme con el mundo, con mi "traje" no me iban a tomar por presa fácil.
Recordé cuando trabajaba, y tenía esos días fatídicos. Cuanto peor me encontraba, mejor era mi vestimenta. Hay que ponerse disfraces y fachadas, disimular tu debilidad para que no te pille un depredador. Y a mí había que leerme el ánimo por el vestuario. Ahora ni trabajo ni tengo trajes porque los di, las cosas han cambiado mucho, mi talla para empezar.
Pero ese día, me puse lo mejor que tenía.
Por mis cojones, que salí erguida de hombros y cabeza, forzando la postura que quería ser fetal.
Me senté a desayunar con una sonrisa aceptable y comí lo que me pareció gazpacho.
Tragué las pastillas, esas sí las necesitaba para calmarme.
Y me fui a ver al psiquiatra, sin haber sido citada. Me senté en el banco hasta que me recibió, ¿o entré por el morro? Y le pedí el alta voluntaria, como quien pide un aumento de sueldo, con algo de miedo y reparo.
Por cojones que adopté un tono neutro, casi frío, seguro. A un psiquiatra no se le engaña. Le expuse los motivos por los que quería salir. Y se reducían a que el problema que me llevó al ingreso ya había sido solucionado, es decir, ya no me quería suicidar. Y a que había tenido malos rollos, por qué no decirle que ya no aguantas más allí, si es la verdad.
Creo que ya comenté antes que hay dos tipos de ingresos: los voluntarios, y los involuntarios. En los involuntarios te ingresan con una denuncia y orden judicial y te vas de allí cuando te dan el alta médica, todo supervisado judicialmente. En los voluntarios, tú entras por tu propio pie y ese derecho tienes si pides el alta cuando porque crees que estás dispuesto y preparado para ello, aunque hay enfermos que esperen a que sea el médico quien les otorgue el alta con toda su buena fe.
Tuve que perseguir al psiquiatra todo el día por los pasillos para que diera curso al alta, que es un papeleo, y lo hice por cojones, porque hubiese estado mejor encerrada en mi mundo y en la habitación, y como el ingreso fue voluntario, por cojones me tuvo que firmar el alta. En el informe se nota que no le caí demasiado bien.
Cuando finalmente llegué a mi casa, acusé el esfuerzo psíquico de todo el día, y me derrumbé. El Método Gazpacho puede acabar contigo. Es estrés puro y duro, un chute de adrenalina, y no lo aguantas si estás débil.
Tardé unos cuatro o cinco días en recuperarme, no sólo del Gazpacho sino de todos los días de privación de libertad y del tratamiento farmacológico. No sales de un ingreso de 13 días y al día siguiente haces vida normal, no. Necesitas un tiempo de descompresión, de adaptación al medio de nuevo, por muy tuyo que sea, tu propia casa. Y otras cosas igualmente importantes: que te rebajen la medicación, por ejemplo. Dentro no era consciente del aumento de fármacos, o la situación de extrañeza y estrés que sientes en un psiquiátrico enmascaraba esos efectos secundarios, porque recuerdo conversar lúcidamente con el resto de ingresados. Sin embargo, ahora en mi casa iba zombi, absolutamente chutada: quería andar por el pasillo y acababa apoyada en la pared, como si estuviese borracha. Mi psiquiatra tardó unos días en cambiar la pauta, y tenía que hacerlo él, aunque estaba claro que me sobraban cuatro pastillas por lo menos. Uno no puede automedicarse en ninguna enfermedad, pero si ésta es mental, mucho menos. Hay que ir rebajando las dosis, nada se deja a saco a menos que la orden sea esa.
. . . .
P.D. Inevitable que recuerde mi primer ingreso, el pasado septiembre, cuando todavía no tengo el alta del segundo. Lo que está claro es que el Método Gazpacho es un instrumento muy útil cuando estás en el nido del cuco y has de sobrevivir rodeada de lo que hay.
Motivos o no aparte, que los hay, debe reconocerse que un gazpacho es un aporte vitamínico ideal para todos los días del año.
Es una pena que no me guste el gazpacho porque para empezar, odio los pimientos, y los pepinos me repiten. Ella me ha jurado que su gazpacho me gustaría. Espero probarlo algún día y que efectivamente me guste, porque si la visito, por cojones que me lo tomo como el resto de la familia, vamos.
Y de esto sacamos algo muy práctico: el Método Gazpacho.
Es una táctica. Muy dura. Estás depre y todo te parece el Everest, o estás completamente inestable y bastante tienes con sujetarte la cabeza, pero haces lo que sea por el Método Gazpacho.
POR COJONES.
¿No te apetece meterte en la ducha? Pues por cojones te vas directa.
¿No te apetece comer? Pues por cojones que te sientas a la mesa y te lo tragas.
Hubo un día en que practiqué el método, por fuerza mayor, por procedimiento extraordinario.
Estaba ingresada. Me desperté a las 6 am, sin haber dormido apenas, y me entró el pánico, la fobia social, y el sáquenme de aquí, que me estoy volviendo loca y entré cuerda. Lo del insomnio es lo peor para desencadenarte crisis, y si has tenido una bronca con una esquizofrénica en pleno brote, lo más.
Me acordé de esta amiga, y me susurró al oído: Tómate el gazpacho, rubia. (Aclaro nuevamente que nunca he oído voces).
Iba a pedir a las auxiliares que me trajeran el desayuno a la habitación. No quería cruzarme ni hablar con nadie. El psiquiátrico se me había caído encima y permanecer en él no era ya mi cura sino mi locura. Quería quedarme encerrada en esa habitación, a salvo del resto de pacientes, solita conmigo misma y mis fobias.
Poquito a poquito, tomándome el gazpacho que me repatea el estómago y me repite:
A las 7, decidí ducharme por cojones.
A las 7.30, ya había abandonado el pijama.
A las 8, salí por la puerta, a pelearme con el mundo, con mi "traje" no me iban a tomar por presa fácil.
Recordé cuando trabajaba, y tenía esos días fatídicos. Cuanto peor me encontraba, mejor era mi vestimenta. Hay que ponerse disfraces y fachadas, disimular tu debilidad para que no te pille un depredador. Y a mí había que leerme el ánimo por el vestuario. Ahora ni trabajo ni tengo trajes porque los di, las cosas han cambiado mucho, mi talla para empezar.
Pero ese día, me puse lo mejor que tenía.
Por mis cojones, que salí erguida de hombros y cabeza, forzando la postura que quería ser fetal.
Me senté a desayunar con una sonrisa aceptable y comí lo que me pareció gazpacho.
Tragué las pastillas, esas sí las necesitaba para calmarme.
Y me fui a ver al psiquiatra, sin haber sido citada. Me senté en el banco hasta que me recibió, ¿o entré por el morro? Y le pedí el alta voluntaria, como quien pide un aumento de sueldo, con algo de miedo y reparo.
Por cojones que adopté un tono neutro, casi frío, seguro. A un psiquiatra no se le engaña. Le expuse los motivos por los que quería salir. Y se reducían a que el problema que me llevó al ingreso ya había sido solucionado, es decir, ya no me quería suicidar. Y a que había tenido malos rollos, por qué no decirle que ya no aguantas más allí, si es la verdad.
Creo que ya comenté antes que hay dos tipos de ingresos: los voluntarios, y los involuntarios. En los involuntarios te ingresan con una denuncia y orden judicial y te vas de allí cuando te dan el alta médica, todo supervisado judicialmente. En los voluntarios, tú entras por tu propio pie y ese derecho tienes si pides el alta cuando porque crees que estás dispuesto y preparado para ello, aunque hay enfermos que esperen a que sea el médico quien les otorgue el alta con toda su buena fe.
Tuve que perseguir al psiquiatra todo el día por los pasillos para que diera curso al alta, que es un papeleo, y lo hice por cojones, porque hubiese estado mejor encerrada en mi mundo y en la habitación, y como el ingreso fue voluntario, por cojones me tuvo que firmar el alta. En el informe se nota que no le caí demasiado bien.
Cuando finalmente llegué a mi casa, acusé el esfuerzo psíquico de todo el día, y me derrumbé. El Método Gazpacho puede acabar contigo. Es estrés puro y duro, un chute de adrenalina, y no lo aguantas si estás débil.
Tardé unos cuatro o cinco días en recuperarme, no sólo del Gazpacho sino de todos los días de privación de libertad y del tratamiento farmacológico. No sales de un ingreso de 13 días y al día siguiente haces vida normal, no. Necesitas un tiempo de descompresión, de adaptación al medio de nuevo, por muy tuyo que sea, tu propia casa. Y otras cosas igualmente importantes: que te rebajen la medicación, por ejemplo. Dentro no era consciente del aumento de fármacos, o la situación de extrañeza y estrés que sientes en un psiquiátrico enmascaraba esos efectos secundarios, porque recuerdo conversar lúcidamente con el resto de ingresados. Sin embargo, ahora en mi casa iba zombi, absolutamente chutada: quería andar por el pasillo y acababa apoyada en la pared, como si estuviese borracha. Mi psiquiatra tardó unos días en cambiar la pauta, y tenía que hacerlo él, aunque estaba claro que me sobraban cuatro pastillas por lo menos. Uno no puede automedicarse en ninguna enfermedad, pero si ésta es mental, mucho menos. Hay que ir rebajando las dosis, nada se deja a saco a menos que la orden sea esa.
. . . .
P.D. Inevitable que recuerde mi primer ingreso, el pasado septiembre, cuando todavía no tengo el alta del segundo. Lo que está claro es que el Método Gazpacho es un instrumento muy útil cuando estás en el nido del cuco y has de sobrevivir rodeada de lo que hay.
5 comentarios
Semeolvida -
Gracias, canne, por este blog, me enorgullece ser tu amiga y también, acompañarte en tu día y día, me llego al fondo del alma, que escucharas esa vocecita no alucinatorio. Besitos mil
enmipellejo -
Un saludo, chica.
Paula -
Salud, suerte y gazpacho.
Alberto -
la vecinita -