Ajuar
Tengo una amiga que decidió, en su última mudanza, conservar únicamente seis piezas de todo: seis vasos, seis platos planos, seis hondos, seis cucharas… Desconozco qué se hizo del resto de piezas, pero se quedó tan a gusto.
Porque las de mi generación, baby-boom, todavía hemos chupado la tradición del ajuar.
Según la RAE, “ajuar” es:
1.m. Conjunto de muebles, enseres y ropas de uso común en la casa.
2.m. Conjunto de muebles, alhajas y ropas que aporta la mujer al matrimonio
(...)
Efectivamente, la joven llegaba al matrimonio con, si me apuras, hasta las gasas-pañales para los futuros bebés.
Conozco al menos dos señoras de cincuenta y muchos que tienen todavía sábanas por estrenar desde su matrimonio. Una en concreto, usa toallas que parecen estropajos, y no pienses que es pobre, no, tiene las buenas en el armario, eso sí, modelo hace 40 años. Lo envidiable de los ajuares de nuestras madres son las sábanas, porque ya no se encuentra algodón de esa calidad.
Es sabido que un ajuar consta de varios conjuntos: lencería del hogar, batería y otros trastos para la cocina, cubertería, cristalería y vajilla. Las buenas costumbres, incluso en casa del humilde, separan una vajilla, cristalería y cubertería para el uso diario, y otra para las ocasiones.
Ha llegado el día, y toca limpiar el ajuar de las ocasiones. Piensa que el plato que estás comiendo esta noche en mi casa no se ha tocado en un año, ha estado chupando polvo hasta hoy. Y la vajilla no es de 42 piezas, con ella han comido 20 personas.
Y no vivo en una casa Ikea, no. No tengo lavavajillas.
Hacia los 17 años, empecé a experimentar el “fenómeno ajuar”. De repente, en mis cumpleaños, los regalos se presentaban acompañados por unos "inocentes" trapos de cocina. Cuando declaré novio formal, la cosa se disparó a sábanas y juegos de toalla. Mi abuela materna, la responsable principal, y mi madre no se quedaba atrás.
Acabé tan rayada, que a eso de los 20 protesté formalmente. Quería cosas para mí, no para mi casa. Me eché a llorar cuando recibí de mi propio hermano, en complicidad con mi primo, una cafetera -¡ellos también!-, eso fue lo último. Recordé el tiempo en que regalábamos a mi madre una batidora, “El día de la madre”, qué frustración debía sentir, y la entendí en ese momento.
Pero la cosa seguía a mis espaldas. Aporté al matrimonio un ajuar, como mandan las costumbres en este país mediterráneo. La paradoja es que tenía diez sábanas, algunas bordadas, ocupando espacio, mientras usaba una funda nórdica. Las sábanas de raso eran insufribles, patinabas por todas partes. Tenía un mueble bajo en el comedor, y allí estaba toda la artillería. Me separé con mucho ajuar por estrenar, como la cubertería de luxe, sencillamente mate, preciosa. Me encanta la cubertería de mi madre, por cierto, ya se la he pedido en herencia.
Siempre odié las casas en las que te tragas el juego de café o parte de la vajilla en las vitrinas. No soporto verlas. En esta casa ahora en la vitrina se ha aposentado un juego de café francés, proveniente de una herencia. Lo estamparía, a él y a sus florecitas, porque para exhibirlo se mandó al ostracismo mi colección de minerales.
Mi padre también se puso al asunto del ajuar, en su especialidad: todo para la cocina. Por ejemplo, el juego de bandejas, cómo no, de acero inoxidable. En su día debieron hacer la compra al por mayor, porque TODA mi familia se hizo con un juego, de rectangulares y circulares, de varios tamaños. No veas lo que raya ir a cualquier casa y que te sirvan toda la comida con ellas, las que tú estás condenada a usar en la tuya... es como meterse en “El día de la marmota” (Harold Ramis, 1993) en versión "siempre que me siento a comer hay una bandeja de acero inoxidable esperándome".
Esas bandejas, también hoy se han lavado. Lo que no me cabe en la cabeza es que mi madre afirma odiar esa vajilla que hoy limpiamos, es de porcelana blanca con adornos florales en gris plata. En su lugar, yo la hubiese roto a lo griego.
Ahora se llevan las vajillas japonesas, esos deliciosos platos cuadrados. Si alguna joven las está acumulando en su ajuar, puede encontrarse que en el momento de la verdad se vuelva a llevar el modelo Cartuja.
¿Qué tiene que ver este post con la bipolaridad? Pues nada, en principio, pero puestos a buscarle argumentos:
1. Que mis pretendientes sepan que sigo teniendo ajuar, por estrenar incluso, en el altillo. Vamos, que tan mal partido no soy.
2. Que los bipolares también fregamos platos.
3. Que el efecto secundario de hoy es un lumbago de coj….
Imagen: una que no se ha convertido en .bmp y se deja colgar. Un fractalito de los que me gustan.
Porque las de mi generación, baby-boom, todavía hemos chupado la tradición del ajuar.
Según la RAE, “ajuar” es:
1.m. Conjunto de muebles, enseres y ropas de uso común en la casa.
2.m. Conjunto de muebles, alhajas y ropas que aporta la mujer al matrimonio
(...)
Efectivamente, la joven llegaba al matrimonio con, si me apuras, hasta las gasas-pañales para los futuros bebés.
Conozco al menos dos señoras de cincuenta y muchos que tienen todavía sábanas por estrenar desde su matrimonio. Una en concreto, usa toallas que parecen estropajos, y no pienses que es pobre, no, tiene las buenas en el armario, eso sí, modelo hace 40 años. Lo envidiable de los ajuares de nuestras madres son las sábanas, porque ya no se encuentra algodón de esa calidad.
Es sabido que un ajuar consta de varios conjuntos: lencería del hogar, batería y otros trastos para la cocina, cubertería, cristalería y vajilla. Las buenas costumbres, incluso en casa del humilde, separan una vajilla, cristalería y cubertería para el uso diario, y otra para las ocasiones.
Ha llegado el día, y toca limpiar el ajuar de las ocasiones. Piensa que el plato que estás comiendo esta noche en mi casa no se ha tocado en un año, ha estado chupando polvo hasta hoy. Y la vajilla no es de 42 piezas, con ella han comido 20 personas.
Y no vivo en una casa Ikea, no. No tengo lavavajillas.
Hacia los 17 años, empecé a experimentar el “fenómeno ajuar”. De repente, en mis cumpleaños, los regalos se presentaban acompañados por unos "inocentes" trapos de cocina. Cuando declaré novio formal, la cosa se disparó a sábanas y juegos de toalla. Mi abuela materna, la responsable principal, y mi madre no se quedaba atrás.
Acabé tan rayada, que a eso de los 20 protesté formalmente. Quería cosas para mí, no para mi casa. Me eché a llorar cuando recibí de mi propio hermano, en complicidad con mi primo, una cafetera -¡ellos también!-, eso fue lo último. Recordé el tiempo en que regalábamos a mi madre una batidora, “El día de la madre”, qué frustración debía sentir, y la entendí en ese momento.
Pero la cosa seguía a mis espaldas. Aporté al matrimonio un ajuar, como mandan las costumbres en este país mediterráneo. La paradoja es que tenía diez sábanas, algunas bordadas, ocupando espacio, mientras usaba una funda nórdica. Las sábanas de raso eran insufribles, patinabas por todas partes. Tenía un mueble bajo en el comedor, y allí estaba toda la artillería. Me separé con mucho ajuar por estrenar, como la cubertería de luxe, sencillamente mate, preciosa. Me encanta la cubertería de mi madre, por cierto, ya se la he pedido en herencia.
Siempre odié las casas en las que te tragas el juego de café o parte de la vajilla en las vitrinas. No soporto verlas. En esta casa ahora en la vitrina se ha aposentado un juego de café francés, proveniente de una herencia. Lo estamparía, a él y a sus florecitas, porque para exhibirlo se mandó al ostracismo mi colección de minerales.
Mi padre también se puso al asunto del ajuar, en su especialidad: todo para la cocina. Por ejemplo, el juego de bandejas, cómo no, de acero inoxidable. En su día debieron hacer la compra al por mayor, porque TODA mi familia se hizo con un juego, de rectangulares y circulares, de varios tamaños. No veas lo que raya ir a cualquier casa y que te sirvan toda la comida con ellas, las que tú estás condenada a usar en la tuya... es como meterse en “El día de la marmota” (Harold Ramis, 1993) en versión "siempre que me siento a comer hay una bandeja de acero inoxidable esperándome".
Esas bandejas, también hoy se han lavado. Lo que no me cabe en la cabeza es que mi madre afirma odiar esa vajilla que hoy limpiamos, es de porcelana blanca con adornos florales en gris plata. En su lugar, yo la hubiese roto a lo griego.
Ahora se llevan las vajillas japonesas, esos deliciosos platos cuadrados. Si alguna joven las está acumulando en su ajuar, puede encontrarse que en el momento de la verdad se vuelva a llevar el modelo Cartuja.
¿Qué tiene que ver este post con la bipolaridad? Pues nada, en principio, pero puestos a buscarle argumentos:
1. Que mis pretendientes sepan que sigo teniendo ajuar, por estrenar incluso, en el altillo. Vamos, que tan mal partido no soy.
2. Que los bipolares también fregamos platos.
3. Que el efecto secundario de hoy es un lumbago de coj….
Imagen: una que no se ha convertido en .bmp y se deja colgar. Un fractalito de los que me gustan.
0 comentarios