Casa Single
"¿Se mueven tus yogures?", asunto de un mensaje que me envía un single para romper el hielo. Estoy a punto de borrarlo, esto me suena a que está hablando de mis pechos antes de haber sido presentados. Pues no, su mail es un monólogo supuestamente original que habla de la nevera de un single. No lo conservo, lástima.
Mucho mito. Hay de todo. Vayamos a la caricatura, por supuesto, que recordará a otro lugar común, el del "Rodríguez".
La nevera de un single, según el tópico: cuatro yogures, dos de ellos caducados -los que se mueven-, pan de molde, un brik de leche, un trozo de queso, huevos, algo que empieza a no oler bien pero ya no recuerdas qué es porque está envuelto en papel, cervezas y colas. El congelador, a rebosar de precocinados. Pasta, arroz instantáneo, latas de atún y otras conservas, tomate frito, café y bolsas de aperitivos completan la despensa. Más o menos, no olvidemos el sector vegetariano o el que está a dieta, nada despreciables en el mundo single donde el culto al cuerpo o ya a la salud es importante.
El single suele comer fuera de casa, de menú en una jornada laboral partida, incluso puede que cene algo en el bar de abajo. Porque suele llegar a casa de noche sin ganas de cocinar, y empeoran las cosas si al abrir la nevera es posible que no haya sobras -preciado manjar-, ni siquiera yogures... y nulas ganas de descongelar. No hay problema: para eso está la comida china o la pizza a domicilio. El fin de semana suele hacer escala en casa de sus padres o amigos que le hayan adoptado, donde adorará un potaje quizá antes odiado y lo más seguro es que consiga una fiambrera con algo que ahora es una exquisitez. Los privilegiados comen cada día con mamá. Si el single tiene mucho morro, directamente le lleva a mamá un petate de ropa sucia que trocará por camisas de la anterior entrega planchadas y comida "de verdad".
Hay dos tipos de single: el entrópico, y el anancástico, el caos y el orden. El entrópico te advierte al entrar en su casa que está todo sucio y desordenado (lo mismo dirá de su coche). El anancástico -maniático, diríamos, ese palabro es casi un trastorno de personalidad- nada anuncia, pero a ti se te caen al suelo cuando ves su casa-museo, sin una mota de polvo, con todos sus objetos en un lugar estudiado y armonioso. Y lo peor, cuando te enseña su casa, estupefacción ante la cama hecha (=salir corriendo). El anancástico es muy peligroso, su territorio está demasiado delimitado para que algo o alguien lo desordene.
El buen single no hace su cama, para qué, si se va a meter después. El nórdico disimula algo este hecho, pero tampoco esa facilidad consigue que su habitación se asemeje a la de sus padres. ¿Ventilar? No hay tiempo, "cinco minutos más" y ya sales cagando leches al curro.
¿Dónde se pone la ropa sucia? Llenar una lavadora no es fácil para alguien que vive solo. Normalmente, la escasez de ropa interior avisará de la urgencia del tema. La verás en un montón, en un rincón, y antes de llevarla a la lavadora, registra los bajos de la cama, a la búsqueda del calcetín por emparejar de la última colada.
Acuérdate de tender la ropa después... ¿Planchar? Menos mal que está de moda no hacerlo, un single no está para esas hostias. Mi "silla de planchar" era famosa incluso cuando estuve emparejada: toda la ropa ahí, en una especie de segundo armario de donde rescataba algo que arreglaba mientras tomaba el café para ir al trabajo. Siempre odié esa tarea, y por eso un día escribí aquí que ya ni me reconocía: por fin planchaba porque sí en esta casa, y no por obligación. Estas son cosas de las que suelen encargarse las madres cuando vienen de visita. Pero si te descuidas, Madre te lo ordenará todo tanto que luego no encontrarás nada. De eso se quejan los que tienen asistenta, por cierto, pero no todos se deciden, y es cuando...
... boolas de pelusa reciben al single al abrir su mansión. Si enciende la tv y se apalanca en el sofá, dejará de verlas, ya lo haré el sábado pero el sábado está para salir con los colegas, ya lo haré el domingo pero el domingo está para descansar. La escoba, la plancha, la lavadora, ahí sigue todo confirmando un paisaje peculiar.
El cuarto de baño. Debería estudiarse en serio el bloqueo psicológico del single macho ante el reto de limpiar su baño. Acabas meando de pie, como en los bares, a saber qué gérmenes puedes pillar.
El sofá. Fundamental pieza en la casa single, ahí se cuece todo. Mesita anexa para la cerveza o la cena, un single no pone un mantel cuando come ni lo hace en una mesa grande. Excepción: el anancástico, que rompe con todos los esquemas.
Fregar platos. Problema semejante al de los calcetines. Lo harás cuando percibas que sólo te queda un vaso limpio. Entonces recordarás a cada pieza que laves, que olvidaste el prelavado. Rasca, rasca ahora...
En cuanto a la decoración: cada uno en su planeta. Es importante examinar la decoración del hábitat para conocer a su poseedor. Hay quien conserva en lugar visible la foto de su boda o las horrendas figuras que le regalaron entonces (=salir corriendo). Hay quien recupera alguna pasión de su pasado, como los trenes eléctricos. Hay quien se apunta al minimalismo, hay quien por desidia no cambia unos muebles obsoletos que le regalaron cuando se instaló después de su ruptura sin un duro, o son parte del inventario del contrato de alquiler. Porque los hay que viven en su antiguo domicilio conyugal, otros tuvieron que buscarse casa, y los hijos de papá tuvieron su pisito incluso antes de casarse o para no casarse. El single no vive mucho en su casa y para ello, un estudio le vale, y más con lo que cuestan los alquileres.
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Vale, se acabó la teoría más bien acerca del single macho. Ahora... una instantánea de mi casa, habitante: single hembra divorciada.
El ventilador, sobre una silla que tapa la tele apagada. La ropa, recién tendida, doblemente lavada pues ayer olvidé colgarla, gran putada porque de haberlo hecho, hubiese puesto las mismas sábanas ya secas, para qué sacar otras del armario. Un follón de cables por el suelo de los ordenadores que arreglo una vez por semana o por mes. Sobre la mesa auxiliar de la entrada, todo lo que en un momento dado puede ir a parar a mi bolso, pues allí los vacío. El cuarto de baño resistirá todavía un día o dos más sin limpiar. En la encimera de la cocina, botellas de agua vacías y una bolsa de nueces. En la pila, platos de un día prelavados (ayer me harté, lo primero que se me acaban son las cucharillas). En la nevera: botellas de agua fría, y más o menos lo dicho antes sobre la materia, añadamos chocolate y algo de verde envasado. En el congelador, el puñetero caldo de pescado (todavía no sé cocinar para una persona), carne, pescado y precocinados. La tostadora, pobre, aloja hoy dos tostadas que olvidé comer esta mañana. La mesa para seis, vacía, y raro que no haya papeles, claro, los escondí porque esperaba la visita de Mariló (mini-operación camuflaje). Los muebles, a gusto del casero, y no me desagrada del todo su estilo algo sobrio aunque no puse los estores: mis ventanas están abiertas a la fisgona de siempre. Escribo esto desde el imprescindible sofá, protegida la espalda por cojines, sobre la mesa auxiliar, rodeada de: una taza de descafeinado vacía hace horas, mi agenda, el mando del aire, ceniceros y tabaco, dos mecheros, pañuelos de papel, mi cuaderno, el móvil, una libreta, y tres útiles para escribir. ¿Ceniceros? Sí, esa es mi manía (no confundir con manía bipolar): uno en uso, otro "enfriándose", el tercero para tapar el lleno mientras no lo tiro. Son apilables y de colores, en plan pop-art versión chinos.
Mi apartamento es el de una single que le dedica cierto tiempo al día, que marujea un tanto, pero a la que le puede la entropía y ya no lo oculta, pues esas son las leyes de la naturaleza y de su-mi naturaleza. La entropía a nivel doméstico consiste en que un sencillo vistazo da pistas al visitante de cuáles han sido mis movimientos en las últimas horas. Mi casa está preparada para que alguien venga ahora mismo, alguien que me conozca, pues cada día paso la escoba y tiro la mini-basura.
¿Desorden? SÍ. Y... a quien no le guste, que no mire.
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