Planchar el traje transparente
Admiro a la gente que llega a su destino, abre la maleta y en un plis plas todo está colgadito en el armario. Yo soy de las de "hacer camping", como dice mi madre.
Que alguien me explique cómo leches se saca una depre de una maleta. No importa a dónde vayas, tu estado de ánimo es tu traje transparente.
Al cabo de unos días, la ropa ya estaba convenientemente colgada del armario, y los zapatos bajo la cama. Pero ay, cuando se lava la ropa, hay que planchar.
Henri: mira, ésta es la plancha que te dije que compré el otro día.
Blue: vale, luego planchamos todo esto y la estrenamos.
"Luego", para un bipolar, puede ser cualquier punto entre el "ahora" y "el resto de mi vida". Aquí sigue el montoncito sin planchar, palabrita de Blue. No pasa nada, no, porque Henri lleva la friolera de un año sin planchar. Lo mío es sólo cuestión de medio año o así. En fin, ya nos animaremos.
Llevábamos una semana reflexionando acerca de cuál sería el mejor momento para planchar. Como si se tratase de ingeniería aeroespacial. Porque aquí el agua es muy calcárea, y había que decidir qué tipo de agua sería la mejor: si la del grifo (como que no, aunque en las instrucciones era bienvenida), destilada (la desaconsejaban), y, qué barbaridad de aguas: perfumadas... En fin, un lío. Demasiado complicado para dos bipolares sumidos en la apatía.
A todo esto, y mientras nuestros días psicoeducativamente correctos (de eso hablaremos en otro post) transcurrían, se anunció la llegada inminente de dos amigos de Henri. A veces, me recuerda a mi padre cuando dice: "la posada está abierta".
Pero qué maletas más pequeñas se gastan estos dos. No me extraña lo más mínimo que pidan la plancha al entrar por la puerta, si la ropa va a presión en ellas. Y quién dijo que los hombres no son presumidos. Lo que ocurre es que Henri posee ese extraño don de colgar la ropa de forma que no se arruga.
Se arreglan para salir. Y me apremian, es mi turno de ducha. Pero no es mi día de ducha, qué va. Hago lo posible por esconder la fobia social en una habitación donde sigue el montón de ropa por planchar. "Anímate" no es la palabra, nunca lo es. Ni me anima el olor a limpio y perfume de tres hombres. Ellos están animados, efectivamente: motivados. Yo no, y de eso adolezco hace demasiado ya. No me motiva nada, es más, me aterroriza salir y verme expuesta en lugares públicos, aunque lleve guardaespaldas. Fobias como acompañantes de depresión, de eso también está hecho mi traje transparente.
Pero volvamos a la sitcom. Salón de Henri, 10.30 de la mañana.
Henri: hola cari, ya estamos aquí. ¿Café?
Blue (en el sofá): siéntate aquí ahora mismo.
Henri se lleva las manos a la cabeza en un "déjame en paz, ya tengo madre".
Blue (le sigue hasta la cocina): me tenías preocupada, estaba a punto de llamarte. ¿Te vas a tomar las pastillas de esta noche?
Henri: yaaaaaaaaaaaa ya voy.
Tomamos el café-after: risas (y lágrimas) y anécdotas de la noche. Los tres guerreros se proponen descansar algunas horas. Y lo peor es que yo también me vuelvo a meter en la cama. Nada me motiva para seguir despierta.
Psicoeducativamente incorrectos. Aunque Henri afirma que hoy estará en la cama antes de las doce. Yo no puedo afirmarlo. Pero lo que sí sé es que después de semana y pico, mañana "el mundo" me espera (ducha para empezar, luego café con tal, quizá una cena), y no podré dar más excusas.
***
1 comentario
Agus -
Un saludo