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Carne de Psiquiatra -Trastorno Bipolar

Búhos masoquistas

Lunes

¿Qué aconteció? La sobremesa con los invitados se alargó hasta la medianoche. Difícil, escapar de eso cuando se es anfitrión, pero conseguimos llegar a la cama sobre la una y media. Luego me di cuenta de que nos habíamos librado de ellos por el procedimiento que usan los padres con los peques: dejarles viendo una película.

Hoy nos hemos despertado con una especie de resaca, de las fuertes, pero no de alcohol. De cansancio, y de pastillas pautadas. Abrí los ojos hacia las doce del mediodía con una tostada de impresión, pero lo que no he contado es que me dio un pequeño insomnio hasta las cuatro y media. Estoy leyendo un best-seller, género que no me gusta pero va bien para estas noches tontas.

Hay que aprovechar el momento. Si los ojos caen, hay que dormir ahí. Si uno tiene ganas de llorar, y reprime ese momento, tampoco lo conseguirá. A veces, es mejor para el ánimo el buen llorar que el buen dormir.

Esta madrugada, tres búhos tomábamos una infusión en una animada tertulia que tenía lugar con todo el vecindario en silencio. Una se siente culpable en cierto modo: si trabajase, estaría en la cama o porque sí o porque también. Uno reconocía que el bajón le llegaba a eso de las 21 h. “y si no me duermo entonces, malo”. El otro, a las 23 h. Creo que mi punto está entre las 00.30 y la 01.30, pero ya no me atrevo a afirmar nada al respecto.

 

Martes

Henri: hemos de dejar de una vez por todas el masoquismo.

Blue: ésta la apunto y la cuelgo, para que no se nos olvide.

Dos bipolares perfeccionistas hasta decir basta. Pero claro, la vida no es perfecta, lástima porque no podemos prever los daños. Es que sentir el daño a lo judeocristiano es muy fuerte por lo destructivo: puede anularte. En el otro sentido: ¿perdonarte el daño que has hecho? De vez en cuando sigues en ello. Pero ay, qué pasa cuando nos lo hacen y destrozan la membrana que nos protege de nuestra hipersensibilidad. Que... menos mal que tenemos una mano cerca.

La vida nos hace daño, pero quedarse en casa definitivamente no es vida. Sentir cómo te atraviesa el alma la brisa de una playa no contaminada, de noche, sí es vida. Cuando el sol no hace daño, y consigo no comparar los colores del cielo sobre el mar y sobre Madrid.

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