Amado mío II
Amado mío,
No supimos hacerlo mejor. No es culpa de nadie. Sabes que odio eso de “Culpa”, que siempre usaba lo de “fue mi responsabilidad”, “mi decisión fue errónea”, y cosas del estilo, pues no es tan difícil encontrar una palabra más precisa y acorde con los hechos cuando asumes sus repercusiones en vez de ese genérico absurdo.
Es inútil hablar de culpas, no así de los hechos. El hecho es que la depresión fue a peor (*).
Nota: cuando aparezca un asterisco, tomadlo como “el resto, los detalles, me los guardo para mí”.
Cuando no se ama a la vida, no se ama ni a la vida que proporciona, por definición, el enamoramiento. Cuando la autoestima te golpea, y uno no se ama a sí mismo, cómo puede amar al otro.
Rompí la rutina horaria saludable que contigo había conseguido. Al empeorar, retomé la que suelo mantener en depresión. Creo que sólo fueron dos días los que desayunamos juntos, y yo no había dormido aún. El solo contacto físico de su mano con la mía me molestaba, del resto (*) ya ni hablar.
Volvíamos a ser amigos con sus afinidades, dormíamos como hermanos. Sólo que la anhedonia había acabado con nuestras afinidades, y debías arrastrarme para dar un paseo. Tras sentirme halagada, me horroricé el día en que admiraste mi aspecto, el que me hubiese vestido “de mujer”, pues tomé conciencia de que quizá era la primera vez en más de un mes que me arreglaba (otro hecho: no había estrenado las medias que compré para el invierno).
Qué hombre aguanta eso. Bastante hiciste (*).
Los dos sabíamos que la relación estaba deteriorada, sentenciada. Era cuestión de tiempo, a pesar de la lucha por mantenerla.
Cuando empezamos, te advertí que no tenía el alma para otra relación fallida (*), para una ruptura con rechazo, que no soportaría. Pero me aceptaste como era, con mi TB de sombra. Y la apuesta fue seria, y eso me hizo dar el paso sin tanto miedo a un final no feliz.
Rompí yo. Sí, lo hice. Por ti, porque tu infelicidad me sumía más en la tristeza. Por mí, porque al dar el paso se me rompió el corazón, pero no del todo. Me iba la salud mental en guardarme un pedacito, el que me salvaría del abismo. Instinto de supervivencia.
Tuve que alejarme de ti unos días para estar segura de ese paso doloroso. Comprobar que la dependencia no era total. Que podría enfrentarme de nuevo a la soledad, al desamor, a volver a cuestionarme si algún día podría tener y conservar una pareja siendo tres, sumando el TB.
Tomé una decisión, antes de que el hastío apareciese, o se hiciera más fuerte, pues empezaba a percibirlo. Yo misma prefería la soledad a menudo: cosas de la depresión.
Habías vuelto a tu casa unos días, en un respiro tácito que nos dimos. No explicaciones: era necesario para la salud mental de los dos. Habías dado un bajón, tú también, pero tú unipolar. No podía consentir eso. Me devoraba por dentro que te hubiese arrastrado hacia el polo del no vivir. Arrastrarte… te lo había advertido, eso no debía suceder jamás.
Te llamé (*). La conversación se alargó, no podía callarlo más, no podía esperar, el desamor dolía tanto además, que no podía hacerlo cara a cara.
Hablé de hechos (*), y de sentimientos. Estuviste de acuerdo en los hechos, incluso añadiste alguno más. Nada de culpas, las cosas como son. Tus sentimientos eran muy similares a los míos. Nos queríamos todavía. Nos queríamos tanto, que no deseábamos perdernos “como personas”.
Esa fue la segunda parte de la conversación. Era muy complicada la nueva apuesta: dejar de dormir juntos y por tanto la pareja, empezar de nuevo como amigos. No había arreglo alguno, la convivencia lo había demostrado. Se abría otra puerta. Nunca antes me había convertido en amiga de un ex. Por él, y él por mí, lo reinventaríamos.
Me dijo que era muy especial, en cierto sentido. No era la primera vez. En otra ocasión, tras haber conocido a mi tercer amigo bipolar que tuvo ocasión, afirmó en privado que éramos muy especiales. Él había sufrido una depresión, era unipolar.
El golpe resultaba menos duro, estábamos dialogando (sorbiendo mocos, aguantando lágrimas) a corazón abierto, como desde el principio, suerte que he podido disfrutar en esta relación de pareja.
Donde hay diálogo, no hay lugar para reproches ni discusiones, sino acuerdos convenientes para ambas partes, y desacuerdos donde finalmente se comprende y se respetan, y así fue siempre, las diferencias del otro. Y así se marcan los límites entre “somos dos” y “quiero mi parcela” tan necesarios.
Quizá por avenirnos tanto, muchos no entendieron la separación (*).
Tuvimos que hacerlo por teléfono, y aún así, lloramos. Creo que necesitábamos la cabeza fría para consensuar ese fin, y también de mutuo acuerdo, ese principio.
Le he llorado, cómo no tras cinco meses de relación y tres ya de separación, y el duelo sigue, pero he abierto otra etapa en mi vida que ayuda a remontar. Le he llorado y sigo haciéndolo a veces, como hoy al escribir esto, y también me he alegrado muchísimo cuando hemos vuelto a vernos para dar un paseo. Incluso me ha acompañado de médicos, incluso me ha ayudado, el que más diría, en la mudanza.
Él es L.
Ayer hablamos por teléfono media hora. Nos llamamos con frecuencia. Ahora que nos separa la distancia, no hemos perdido el contacto. Sigue habiendo cariño, y el interés por el otro es sincero, signo inequívoco de amistad.
Soy consciente de que ésta se enfriará, incluso se desvanecerá con el tiempo, cuando conozca a otra chica (por cierto, que manía estos madrileños, referirse a mujeres de 40 y 50 como “chicas”).
Escribo este artículo en el bar con “el cafelito”. Trago mucha saliva, y contengo mis ojos constantemente, pues también sabía (hoy que me encontraba de humor para acometerlo) que podría hundirme escribiendo esto. Si luego estallo en el teclado, no será tan grave: llorarle una vez más, pero con la alegría y el recuerdo de la conversación de ayer.
Nos dimos todo lo que pudimos, creo. Él, tantísimo a mí. Cuando me ayudaba con las cajas, confesó que me debía tanto, y no supe bien por qué, supongo que porque cuando dos personas se quieren, pareja o amigo, se dan lo mejor, y comparten lo peor, que es lo que realmente une en mi opinión.
Sólo me queda pedir disculpas a los lectores. No quise confesar que tenía una relación en su momento, no porque en este punto el blog no es un diario, aunque algunos comentarios de conocidos y amigos me delataron.
Los lectores que comentaron al reciente post “Amado mío” nada sabían, y no sin razón creyeron que la relación empezaba entonces. Callé, no podía hacer otra cosa hasta escribir esta segunda parte, que tiene su razón de ser porque me emocioné al leerlos, y porque entonces me sentí obligada con ellos. La finalidad de este texto es aportar una experiencia al tema "Bipofamilias y parejas", pues por mi parte, este tema se ha trabajado en consulta.
NO COMMENT.
P.D. Os pido que respetéis el que os haya abierto mi alma y por ello no quiero comentarios ni hablar más del tema: ver las FAQ sobre artículos "NO COMMENT".
Imagen: trabajo que me regaló el lector Yves, a quien debo gran honor y gratitud.
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