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Carne de Psiquiatra -Trastorno Bipolar

“Intento que mi cabecita no se pierda en laberintos del pasado, que no conducen a ninguna parte o en elucubraciones sobre el futuro, que sólo sirven para no vivir el presente”

“Intento que mi cabecita no se pierda en laberintos del pasado, que no conducen a ninguna parte o en elucubraciones sobre el futuro, que sólo sirven para no vivir el presente” ¿Hay algo que se pueda añadir a esto? Está redactado por uno de mis amigos y se lo tomo prestado.

No añadiré nada, sólo escribo lo que me sugiere el tema. Parece que esté haciendo exámenes últimamente.

Hace tiempo, llevo dos años diagnosticada y se dice pronto, me dijeron que el psicoanálisis era de valor nulo para la terapia (se dice eso siempre con vistas a la mejoría) de un bipolar.

En el post anterior saqué el tema de mi experiencia con un psiquiatra-analista, una vez por semana, dos cuando me veía peor, creo que durante casi cuatro años. No entiendo cómo no me diagnosticó él trastorno bipolar. Cuando me dijo que estaba maníaca lo achacó a los efectos secundarios del antidepresivo, que tomaba a dosis altas. Nunca me quejé en episodio mixto de estar angustiada o acelerada, sólo notaba la depresión y mi psiquiatra del seguro aumentó las dosis, hasta que aquello fue “viva la Pepa”. Mi psiquiatra privado sólo insistía en que el otro me bajase la dosis. La manía remitió, dejé de ir de fiesta y bailar como un demonio, y de enamorarme del primero que pasaba.

Ciclé, por supuesto. A depre, de las que tu sombra es la soledad, y me la comía trabajando horas extras, porque no soportaba la idea de ir a casa y sentirme sola.

Como depresión era mi diagnóstico, el psiquiatra siguió con el análisis. Muchas preguntas sobre mi familia. De vez en cuando, llegaba a alguna conclusión. Él hablaba muy poco, como suelen hacer los psiquiatras, eres tú el que vas allí a confesar y a responder a preguntas.

Cuando llegábamos a un punto del tipo “esto te pasa porque… cuando eras niña, sucedió tal”, mi respuesta era siempre la misma. De qué me sirve saberlo ahora, qué hago yo con esto, el saberlo no me ayuda a superar los obstáculos de mi vida cotidiana en absoluto. Quiero armas para enfrentarme a la vida real, no explicaciones sobre la construcción de mi personalidad desde la infancia. Y no las tuve nunca, aunque este doctor me ayudó al día a día, como luego relataré.

Un día, en plena crisis, no me soportaba a mí misma (como suele suceder en mis episodios mixtos), decidí, decidí cambios radicales, porque no iba a mejor, qué va, cada vez estaba más hundida en todo. Decidí que este analista no me ayudaba realmente a recomponer mi vida, ni me daba respuestas a la razón que me llevó a él: por qué quería suicidarme, qué iba mal en mi psique.

Le visité un jueves de junio y le dije que no iría más. Se quedó perplejo, no habíamos acabado el análisis, pero respetó mi decisión de alta voluntaria. Poco me ayudaba, porque creía que era yo la que debía salir, y ese mismo día había decidido hacer algo por mí misma, por ejemplo, dejar de fumar. Sí, ese día dejé de fumar, maldita sea, ciclé inmediatamente, otra vez para arriba, más mixta si se puede estar, claro que se puede.

Mi Dr. había sido mi bastón durante más de dos años, no sólo era análisis sino que me ayudaba en mis problemas cotidianos. Por ejemplo, la angustia que me produjo el no ir a trabajar en mi segundo día del contrato. Me bloqueé, como otras veces, tuve la famosa depresión de un día que tantas veces me ha acompañado y echado por tierra lo que pillase a mi alrededor. Gracias a él pude dar el tipo durante mucho tiempo, tanto que me ascendieron, y ascendieron, y ascendieron.

El último ascenso me mató. Mi vida se descompuso.

Nuestra vida puede resumirse en un gráfico del tipo “quesito". Dedicamos un tanto por ciento a las actividades “de siempre”: trabajo, pareja, amigos, ocio. Yo no tenía pareja, mis amigos estaban “missing”, y sólo me quedaba el trabajo, que llegó a ocupar más del 80% de mi “quesito”. Esa era mi vida, y cuando falló el trabajo, cuando éste dejó de ser mi escapatoria a mis problemas (no tener vida más allá de esa parcela) para convertirse en un problema al que no veía solución (ten un jefe que te hace la vida imposible, en un puesto de trabajo sin contenido), mi vida se vino abajo ya en una depresión de la que no salí ya.

Aprendí dándome de bruces que no se puede dejar tu vida en manos de un tanto por ciento tan elevado de esa gráfica, que siempre hay que tener la vida repartida, porque te falla ese 80% y te vas abajo, te anulas como persona.

Entonces, sólo me quedaba la enfermedad. Y el alcohol para evadirme de ella.

Ahora todo eso pasó, ya no me preocupa mi infancia en plan psicoanalítico. Cuando la Manía se apoderó de mi, la recordé demasiado, ahí acabé el puñetero análisis. Me respondí a muchas preguntas, e hice lo que se espera al final de un análisis: perdonar a mis padres.

Lo hicieron lo mejor que pudieron, fui yo la que siempre fui especial. Porque me parieron con un cerebro diferente. Ahora lo acepto, lo asumo, no tengo rencor. Mi adolescencia tuvo que ser un infierno para mis padres, y por suerte, no caí en las drogas, la mayor preocupación de los padres después de un embarazo, supongo.

Eso escribí entre otras cosas en mi Manía, porque como ya dije, me la pasé en casa encerrada, consciente de mi locura, y escribiendo todo aquello que mis incesantes lluvias de ideas, insoportables taquipsiquias, me hería, y escribía esas ideas y recuerdos para escupirlos, en la convicción de que si las dejaba allí me matarían para siempre, me robarían la lucidez que quería recuperar a toda costa. Mejoré, bajé algo, en una semana, y ese infierno supuso por fin mi diagnóstico.

Todo eso es pasado. Ahora tengo una nueva vida. Inevitable, tras perder todo, todo menos el apoyo de mi familia y el de mis amigos, a los que harté durante lo duro de mi enfermedad, pero supieron entenderla, como yo misma tuve que hacerlo, tragarme que el TB me había acompañado y desde luego minado en todo lo que hacía y decía. No era yo, era una enfermedad, haz entender eso a la gente… Ni yo lo entiendo, me lo como con patatas, pero sin darle vueltas ya, me estoy perdonando.

No me he parado a analizar cuál es mi gráfica-quesito ahora, mi presente, puesto que lo vivo y punto. Y desde luego, mi futuro es tan incierto que no me atrevo a dar un paso definitivo que lo marque, porque puedo equivocarme y ese es un lujo que no puedo darme, ahora que mi prioridad es cuidar de mi salud mental.

En todo caso, puedo decir que me dedico a cuidarme, a cultivar en la medida de lo posible (la distancia marca) mi relación con mis amigos de siempre, a relacionarme con mis nuevos amigos en Madrid, y a explorar mis raíces en mi familia. He empezado a estudiar, a tener actividad intelectual. Me falla el deporte, como siempre, por algo lo suspendía… Pero limpio bastante, voy a la compra, marujeo (no me gusta pero es lo que hay), porque mi hogar es un hogar.

Y el futuro está por venir. Nadie me asegura que no caiga en una crisis, porque esta enfermedad de momento no tiene cura. Sólo tiene períodos de estabilidad entre crisis o episodios. Este mes es muy jodido, mes de cambios climáticos significa posibilidad de recaer, de tener un episodio sobre el papel depresivo. Me cuido y noto los síntomas, intento parar desde la farmacología esas oscilaciones. Ahora es un lujo para mí enfermar de nuevo, significaría perder la independencia que he conseguido, y quizá ésta es un 80% de mi gráfica.

Este post ha recorrido 2002, 2003 y 2005. 2004… estaba en ingreso domiciliario.

El futuro… todavía ha de acabar este 2005, este presente de estabilidad relativa, todo con pinzas. No hay que bajar la guardia, y menos en septiembre, mes de “todo el mundo está cayendo como moscas” por excelencia.

Yo ya estoy con el tratamiento para el cabello, me ha caído a mechones este verano, como el año pasado, algo que nunca me había sucedido antes. ¿Medicación? Puede ser. Paso de buscar la causa, es como lo del análisis, de nada me servía el por qué, sólo quería soluciones. Pues... a ponerse vitaminas en el pelo, es lo que hay.

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