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Carne de Psiquiatra -Trastorno Bipolar

Cifras y letras

Cifras y letras

Hace años que sé perfectamente que mi memoria ya no es lo mismo. Desacostumbrada a la disciplina de estudio, las cosas nunca serán iguales. Mi última aventura con libros empezó en primavera de 2004 y acabó a los dos meses escasos por un accidente del cual ya he hablado aquí.

En aquella ocasión, noté un desagradable, pero que mucho, desentrenamiento a la hora de tomar apuntes. Acababa la clase con un dolor horrible en las articulaciones. Mi mano, a cada palabra que terminaba y alzaba del papel, sufría como los pies de la Sirenita a la media hora escasa de clase.

Mi colla de la generación X se lamentaba al mismo tiempo que yo a los treinta escasos de haber olvidado la mitad o más de sus estudios. Era algo propio de la edad y del meterse de lleno en el mundo laboral. Sales del trabajo y lo que apetece es una buena novela, a lo sumo, un ensayo de vez en cuando. Si no tiras los apuntes, es por sentimentalismo.

Luego, sales de viaje y suceden cosas raras con eso del shock lingüístico. Una amiga no podía evitar mezclar el inglés con el alemán: menudo número, pedir la habitación "sechs" en un hotel de territorio libra esterlina, que suena casi literalmente "sex".

También se dan situaciones embarazosas cuando alguien te pregunta algo amparándose en tu condición de "autoridad" sobre una materia en la cual posees un título. Le contestarías con gusto que ya no puedes ni dar clases particulares de nivel bachillerato. ¡Lo que costaba prepararlo para el certificado de aptitud pedagógica!

Mucho más tarde, un médico te dice que tu coco va rápido, y eso no es bueno, no. Me ahorro el resto del via crucis del diagnóstico y de los principios de tu nueva vida como drogata legal. Cuanto tomes las pastillas, si te da un globo, te propongo un ejercicio: toma una hoja de papel, y escribe la tabla de multiplicar. Se me ocurrió un día de esos en los que te dices pero bueno, dónde está mi coco, toa drogá, y cometí tres fallos. Esto ya no es sólo cosa de la edad: hay un componente extra dispuesto a joderte la cultura general y a dejarte fuera de partidas de trivial o de cifras y letras que antaño llegué a jugar online con relativo éxito.

El tema del euro. Al final, renuncias a saber qué valen las cosas, o te lo recuerdan en pesetas para escandalizarte. Hay quien lo calcula al dedillo y lo vive con normalidad, pero para mí es como multiplicar por el número pi.

Ahora mismo se me ocurre que quizá no sabría colocar los pronoms febles del catalán en su orden correcto. Creo que es el tema más difícil de esta lengua, y me lo sabía bien, desde mi infancia. Me cuesta acentuar bien y usar preposiciones castellanas y catalanas, pero por lo menos no suena tan mal la cosa como "lo del seis". Hace poco, un madrileño que había trabajado años en Catalunya se reía cuando soltaba algo que pasa inadvertido para otros, "sí, sí que tienes acento" (por favor, esto me toca las narices en especial) y el "ja, ja, esto es de allí", y a mí no me hacía ninguna gracia. Ese castellano mestizo me acompañará de por vida, pero es algo tan español como el laísmo y la mala conjugación del imperativo de aquí, por lo que sostengo que a pesar de lo que relato, Barcelona es un magnífico lugar para aprender el español si eres extranjero.

Tengo por ahí un artículo, incompleto en cuatro neuronas inconexas a pesar de que me interesó mucho, y qué rabia no poder explicar algo que importa, esta es otra que duele relacionado con el tema de este post, que habla del fenómeno de ir cambiando de lenguas; lo que recuerdo es que era asimilado a alguna patología neurológica, y me hizo gracia la cosa porque eso es moneda común en cualquier reunión social en Barcelona, y es algo que se tiene que contar por aquí (aquí, aquí es Madrid).

Sucede que cuando te presentan a alguien, importa lo mismo recordar cómo se llama, que en qué lengua se habla. Es decir, mientras te preguntas las cuatro chorradas habituales, te vas a interesar por su acento, y si no lo tiene, o bien hablas en la lengua que has sido presentado, o llegas a un consenso. Si te presentan en castellano, así empiezas, pero en un momento dado puedes preguntar si el catalán es lengua materna y ahí, si se decide, esa lengua será la que usarás para acabar de conocer y comunicarte en lo sucesivo con esa persona. Ese consenso puede ser instantáneo o constituir una pequeña negociación que puede durar incluso días, pues su cometido es sentirte cómodo hablando con esa persona, de por vida. Lo cual es un obstáculo para un amigo vasco que cuando pudo y quiso empezar a practicar su catalán, no podía hacerlo con ninguno de sus amigos en Barcelona.

De forma que si me he explicado bien, en ese entorno bilingüe, tienes un porcentaje de interlocutores en catalán y otro en castellano. Si alguien no bilingüe está presente, no catalán, la cortesía se inclinará hacia su lengua, y la falta de cortesía es algo penalizable incluso entre catalanes, pero será inevitable que cueste dirigirse en castellano a alguien catalano-hablante para ti.

Yo me dirijo a mi hermano en castellano, por ejemplo. No así a su mujer. Me importa un bledo que entre ellos hablen en catalán. Hablar a mi hermano en catalán me incomoda más que hacerlo, por decir algo, en francés. La situación resultante: en una mesa, si cuento algo, mientras mire a mi hermano lo haré en castellano, y si cambio la vista hacia ella, mi discurso también lo hará de lengua, quizá en medio de una frase que todavía no ha acabado. Hablar en castellano hacia mi cuñada me resulta igual de impensable. El resultado es un poti-poti de lengua romance en el que todos nos entenderemos, pero es algo que choca visto desde fuera. Es parte de nuestra etiqueta.

Este ejercicio tampoco resulta fácil cuando vas chutada de algo, porque pierdes agilidad mental, con lo que se va a la porra la fluidez. Eso sí es un problema, porque resultas incompetente tanto en una cosa como en la otra: no encuentras la palabra, o lo haces en la lengua que no corresponde. Mal asunto, si las circunstancias exigen cierta verborrea, como cuando tienes que aprobar el examen oral "qué es de tu vida en Madrid".

Mal asunto también, escribir este post bajo los efectos de las pastillas. Le pediré a los Reyes un scrabble. Y a ver si encuentro mis gafas de una puñetera vez: este gran despiste me está poniendo a prueba.

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